Comentario al Evangelio del Domingo 12 de octubre de 2025- Ciclo C

En un amiente como el de hoy, de xenofobia creciente, el fragmento de este Evangelio nos sugiere una reflexión que viene como anillo al dedo. Es precisamente un extranjero, un pagano, quien, con su comportamiento, sorprende gratamente a Jesús: 

“¿No son diez los curados? ¿Sólo este extranjero ha venido a dar gloria a Dios? ¿Los otros nueve, dónde están?”

La escena resultaba frecuente en la época. Un grupo de hombres, en esta ocasión diez, vagaban por el campo, lejos de la ciudad a la que tenían prohibido el acceso, manchados por la lepra y por tanto impuros, estaban desterrados. Malvivían fuera, al margen, la sociedad los había desechado al igual que se arrojan al vertedero los cacharros inútiles o peligrosos. Eran leprosos, pura escoria humana, era preciso protegerse de ellos, de ahí ese confinamiento tan inmisericorde; eran medidas higiénicas dictadas en nombre de Dios, pues con esa autoridad se aseguraba su cumplimiento.

Pero ¿puede ser mandamiento de Dios una ley que machaca así a un ser humano?

Aquellos “impuros” que se habían agrupado unidos por la misma desesperación, advirtieron que el maestro de Nazaret pasaba por un camino cercano rodeado de sus discípulos. Envalentonados con la fuerza que da el anonimato del grupo, gritan su angustioso desespero. La Ley les ordenaba ahuyentar a cualquier viandante vociferando “¡impuro! ¡impuro!” pero ellos que buscaban cercanía, la cercanía de ese corazón que sabían misericordioso, de Jesús, alzaban más y más su voz diciendo:

“¡Jesús, hijo de David, ten compasión de nosotros!”

A gritos manifestaban su fe y su confianza. Habían oído hablar de él en sus tiempos de felicidad, cuando eran hombres entre los hombres, pero quizá entonces su bienestar y satis- facción no dejaba resquicio para la súplica, porque al igual que hoy, el dolor, el sufrimiento y la desesperación es lo que más nos lleva a buscar el auxilio y la proximidad de Dios. 

¿Rezamos igual en tiempos de bonanza que cuando nos oprime la angustia?

 Jesús escuchó el desamparo de aquellos seres humanos, pero no quiso hacer ostentación con un milagro a la vista de aquellos que lo seguían, pues lo habrían aclamado distrayéndose así de lo esencial de su predicación, que no consiste en buscar y admirar prodigios, sino en una sincera conversión del corazón.  Y les dijo: 

“Id a presentaros a los sacerdotes”

 Los alejaba así de las miradas curiosas, pero en su camino hacia la Sinagoga, advirtieron que su piel estaba limpia. Saltando de alegría, marcharon en busca del sacerdote que certificara su purificación, lo mandaba la Ley y corrieron hacia el reencuentro con sus seres queridos. Se olvidaron de aquel que los había devuelto a la vida. 

Sólo uno, el extranjero, el doblemente humillado y despreciado, tachado de pagano y de no pertenecer a los que se sentían escogidos por su Dios, este hombre se sentía libre, no tenía la coerción de la ley, en su interior no sentía la opresión ni la esclavitud de normas erigidas por encima de todo y de todos, “no es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre”, sentía la alegría, el alborozo, la plenitud y el agradecimiento que le impulsaban a regresar hacia su bienhechor para ofrecerle su sincera acción de gracias.

Jesús muestra su sorpresa:

 “¿Sólo tú has vuelto para darme gracias?”

¿Qué nos está diciendo a nosotros esta escena?

Nos está diciendo que nuestra religiosidad para ser auténtica, ha de ser como la del leproso curado. Por encima de toda normativa está la alabanza, la acción de gracias, el agradecimiento. “El señor ha estado grande con nosotros”, como lo estuvo con ese extranjero que vuelve agradecido a los pies de aquel que lo ha sanado. Nos está diciendo que nos cuidemos de no despreciar ni criticar a aquellos que no son tan cumplidores y practicantes religiosamente hablando, como nosotros.

Aprendamos la lección que con este pasaje del Evangelio Jesús nos está queriendo enseñar. Ojalá escuchemos, como escuchó, aquel extranjero: 

“Levántate, tu Fe te ha salvado”.

Sor Áurea Sanjuán, OP

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