El Evangelio de hoy nos pone en bandeja la Oportunidad de desahogar un profundo sentimiento entremezclado de rabia, impotencia y sobre todo de un gran y profundo asombro que pugna Por desbordarse a través de todos los poros y que puede sintetizarse en solo dos cuestiones:
- ¿Como es posible que en una civilización tan supuestamente avanzada como la nuestra, para solucionar problemas se siguen utilizando los arcaicos métodos de destrucción y muerte?
- Nuestra encomiable inteligencia ¿No ha sido capaz te descubrir y desarrollar otros modos coherentes con la supuesta racionalidad humana?
No vale buscar de qué parte está la razón, ni en elaborar argumentos que justifiquen, matar a un semejante siempre será una sinrazón y una falsa solución.
Hace unos 4000 años, Hammurabi, con su Código, pareció dar un paso, aunque tímido, hacia la cordura. Su Ley prohibía excederse en la venganza. “Si alguien revienta un ojo a otro, se le reventará un ojo aél, pero no los dos”. Es el conocido “ojo por ojo y diente por diente”. Pero la humanidad, lejos de seguir la ruta mercada por ese sensato rey babilonio, dio marcha atrás y centró todas sus fuerzas, toda su energía y toda la impresionante capacidad de su mente, en inventar, desarrollar, activar y justificar el horror que estamos viendo.
Dicho esto y cumplido el desahogo, nos enfrentamos al controvertido y paradójico texto de hoy, que nos presenta a un Jesús que contrasta con la figura habitual que tenemos de él como portador de paz y unidad.
Por eso lo que escuchamos nos desconcierta y resulta enigmático. Cuando tenemos todo el país envuelto en llama nos dice: “He venido a traer fuego a la tierra y cómo deseo que arda”.
Mientras nuestro mundo está plagado de guerras, se nos muestra un Jesús belicoso:
“¿Pensáis que he venido a traer paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.
Aunque lo parezca no es un desconcierto sino una más de sus paradojas provocadoras de una profunda reflexión.
La urgencia y el deseo de Jesús de “prender fuego” escomo símbolo de purificación y renovación en un mundo marcado por la guerra y la división
No todo fuego es destructor ni toda paz es encomiable. El fuego tiene también una función purificadora y sólo es buena aquella paz que deviene después de la lucha que libramos contra todo aquello que siendo nuestro, incluso entrañable, nos impide la coherencia y la autenticidad.
El fuego que trae Jesús es aquel que limpia y purifica y la división que provoca es aquella que proviene deno aceptar un conformismo estéril.
Que una familia esté dividida es una dolorosa desgracia, pero su unión no debe ser a cualquier precio y no pocas veces la opción por los valores del Reino, por parte de algunos tropieza con la oposición por parte de otros. No pocas veces Jesús resulta ser piedra de tropiezo.
La guerra y la división que anuncia el Maestro no tiene nada que ver con nuestras batallas egoístas y nuestros distanciamientos y roturas ratificados por expresiones como: “no nos hablamos”, difícilmente justificables.
Ojalá seamos capaces de una vida en lucha por asimilar las exigencias del seguimiento y ojalá ardamos todos con ese fuego purificador que ha venido a prender Jesús.
Sí, escuchemos el evangelio de hoy reconociendo que es “palabra del Señor”, con un espíritu abierto, convencidos de la necesidad de luchar por la coherencia y autenticidad en el seguimiento de Jesús, es preciso dejarnos arder por ese fuego purificador que transforma y renueva, en contraposición a una falsa paz basada en la indiferencia o el conformismo.
En definitiva, reconsideremos el mensaje de Jesús sobre el fuego y la división, entendiendo estos conceptos como símbolos de transformación profunda y rechazo a la mediocridad, en un contexto histórico y contemporáneo de conflictos y búsqueda de paz auténtica.
Sor Áurea Sanjuán, OP.