Comentario al Evangelio del V Domingo de Cuaresma, ciclo C.
El Evangelio de este domingo sigue insistiendo en mostrarnos cómo es el Dios de Jesús y lo hace a través de un relato que no utiliza el género literario de la parábola, sino el que narra un suceso ficticio o real pero que, en todo caso, nos está explicando cómo es el Padre de Jesús. Un Padre que lo es también nuestro, un Padre bondadoso y misericordioso, para quien importa más la persona concreta que la ley por más que la llamemos “divina”. La ley divina o institucional, no deja de ser norma que marca el camino a seguir y medio que nos lo facilita, pero nunca son un valor absoluto, el ser humano, el individuo, sí. Las leyes del propio carisma, en el caso de las Instituciones, o las “divinas” nunca dejan de ser “humanas, redactadas por hombres y que pierden su sentido cuando por costumbre o tradición las absolutizamos. Al menos ese parece ser el sentir de Jesús que continuamente nos está mostrando, con parábolas y con su proceder, que el valor absoluto no lo tiene la norma sino la persona. Es lo que nos dice el pasaje que llamamos de la mujer adúltera”
La pobre mujer es llevada a trompicones y empujada hasta arrojarla a los pies de Jesús. Su suerte está echada, será apedreada hasta la muerte, así lo manda la Ley Divina, pero antes quieren poner a prueba al Maestro, si, como es de prever se le conmueven las entrañas y dicta misericordia será reo de desobediencia a la Ley de Dios. Si por el contrario se muestra partidario de condenarla porque así lo prescribe la Ley judía, podrá ser acusado ante el gobernador porque los romanos habían quitado a los líderes religiosos la potestad de dictar sentencias de muerte. Más que condenar a la mujer pretenden condenar a Jesús.
¿Ley de Dios? Ciertamente el Levítico “manda apedrear a éstas” pero también a éstos, son los dos implicados en el adulterio, el hombre y la mujer, los que han de morir. En la escena sólo aparece condenada ella. ¿Dónde está él? No andaría muy lejos en el momento de la detención cuando dicen que “fue cogida en flagrante delito de adulterio”. La intención es clara, es uno de tantos subterfugios con que amañamos las normas que no nos gustan. Aquí parece que sólo y solamente ella es culpable de su propio pecado y de inducir a pecar al otro. Apedrearla era cumplir la Ley de Dios.

Pero ¿puede Dios mandar tal crueldad? En realidad, las leyes más que hablarnos de Dios nos hablan de los hombres, de su época y su cultura. Aquella sociedad necesitaba cohesión. Una aglutinación que los fuese configurando como pueblo y para conseguirlo se necesitaban normas férreas que obligasen a cada uno a estar en su sitio y ningún método de coerción más eficaz en aquella mentalidad que respaldarlas como mandatos divinos.
Volviendo a la narración de hoy vemos en Jesús el auténtico rostro de Dios.
Su bondad y misericordia hacia el ser humano al tiempo que rechaza el pecado. “Vete y no peques más”.
¿Y qué decir de aquellos bravucones que con tan solo escuchar “El que esté libre de pecado tire la primera piedra” quedaron amedrentados y ante un, al parecer descuidado gesto de Jesús, trazando unos signos en el suelo se fueron escabullendo comenzando por los más viejos?. “Tirar la primera piedra era hacerse responsable de la sentencia y su ejecución. ¿De verdad querían cumplir un mandato divino o desahogar sus más inconfesables sentimientos? Lo seguro es que queriendo echar una trampa a Jesús fueron ellos los atrapados.
También este episodio nos duce algo hoy para nuestra reflexión y cambio personal.
¿Con qué personaje de la narración me identifico?
¿Soy tan celoso de la Ley que critico y condeno a quienes a mi parecer no la cumplen como debieran? ¿O por el contrario como Jesús, miro con amor y compresión a la persona?
¿Me percato de que quizá tampoco yo puedo tirar la primera piedra? ¿Soy capaz de reconocer lo que en mí necesita conversión?
¿Queda en mí algún vestigio del dios justiciero o voy descubriendo el rostro bondadoso y misericordioso del Dios de Jesús?
Sor Áurea Sanjuán Miró, OP