Todo comenzó cuando unos amigos al saber que íbamos a realizar una Peregrinación a Roma con cerca de 40 monjas, me sugirieron solicitar una audiencia privada con el Papa León XIV. En un principio lo vi complicado, pero repensando que la expedición la formábamos hermanas de las tres federaciones de España que estamos confederadas, me animé a escribir a la Nunciatura argumentando que nuestra Confederación de monjas dominicas, -única en España y en el mundo- estaba erigida canónicamente, el pasado diciembre de 2024 y que nos haría mucha ilusión, ofrecer estas primicias al Santo Padre.
La respuesta no se hizo esperar y en una semana nos llegó denegada la solicitud, ofreciéndonos, en cambio poder asistir a la Audiencia General, adjuntándonos una carta con unas indicaciones y un número de Registro que debíamos de presentar para poder recoger las entradas la víspera en el Portone di Bronzo. Aunque con cierta decepción lo consideramos lógico por la gran afluencia de peregrinos que asisten a Roma en este año Jubilar. Francamente creíamos que nuestro pase sería como el de la mayoría de los asistentes, pero con la ilusión poder participar en dicha audiencia, nos encaminamos la víspera a recoger las entradas en la puerta Bronzo como nos indicaba lacarta.
Roma era un hervidero de gente y la cola impresionaba de larga, allí nos encontramos con una familia venida de Australia, otra de Francia, gente llegada de todas partes del mundo para asistir a la Audiencia General y todos llevaban un documento acreditativo. El nuestro venía de la Prefectura, con un número de Registro cuya clave nada nos aportaba. Después de esperar dos horas en la cola y admirar lo viva que está la Iglesia y el alegre sacrificio de cuantos esperaban su turno, con la ilusión de participar en este acto con el Papa, llegamos al lugar indicado, donde nos dieron un sobre con una única entrada que abarcaba a todo el grupo.
Primera sorpresa ver el lugar donde estábamos situadas y para confirmar nuestro asombro consultamos a un guardia suizo que nos corroboró: “sì sorelle…” estábamos ubicadas en los asientos de la parte derecha de la explanada, donde se sitúa el Papa. No lo podíamos creer, pues como buenas previsoras llevábamos en la maleta taburetes plegables para atenuar el plantón de la audiencia en la plaza y resultó que teníamos silla y buena vista para ver de cerca al Papa, como en realidad fue al llegar al día siguiente a la plaza de S. Pedro y ver cómo nos fueron acomodando en el lugar esperado.
Inmensa la emoción de encontrarte con miles y miles de personas reunidas para ver al mayor líder mundial, pues no existe otro capaz de convocar tal afluencia de público. Aquello era como flotar, la emoción comenzó cuando por megafonía nombraban a los grupos asistentes y muy sonoramente anunciaron la presencia de la Confederación de monjas dominicas de Sta. María y Sto. Domingo de España, daba la impresión de que nos tenían fichadas ¡Qué alegría!
Durante la audiencia el Papa habló del Sábado Santo, como el día en que el cielo visita la tierra más en profundidad, tiempo en que cada rincón de la historia humana es tocado por la luz de la Pascua; porque descender para Dios no es una derrota, sino el cumplimiento de su amor, nos recordó que cuando a veces nos parece tocar fondo debemos pensar que ese es el lugar desde el cual Dios es capaz de comenzar una nueva creación. «El Sábado Santo es el abrazo silencioso con el que Cristo presenta toda la creación al Padre para volver a colocarla en su diseño de salvación». Con estas palabras concluía el Papa su mensaje.
Terminada la audiencia, nos vinieron a buscar para anunciarnos que saludaríamos al Papa y nos colocamos en las escaleras delante de la columnata, justo enfrente del estrado donde el Papa conversaba con Cardenales y diplomáticos. Al terminar, se acercó a nuestro grupo y nos fue saludando a cada una, le dijimos que veníamos desde España, que la Confederación la componíamos más de 400 monjas y con cara de asombro preguntó si éramos de vida activa, a lo cual respondimos que no y que como contemplativas le ofrecíamos nuestra oración. Nos obsequiaron con unos rosarios; fueron pocos minutos, pero no salíamos del asombro por ese inesperado regalo que nos tenía reservado el Señor. Llovía a cántaros, pero todo eso quedó relegado ante la emoción de tener tan cerca al Vicario de Cristo, un hombre de Dios que se aproximaba a cada una de las presentes y nos ofrecía su cálida sonrisa en nombre de la Iglesia.
Creo que ha sido el primer fruto palpable de nuestra recién erigida Confederación, que la Iglesia confirma a través de la figura de león XIV, pues estoy segura que ese hecho motivó el poder saludar de cerca a nuestro Papa y tener este momento histórico que todas grabamos con mimo en nuestro corazón.
Sor Mª. Teresa Vilanova, OP.