El Monasterio de San Juan de la Penitencia y el de la Santísima Trinidad y Santa Lucía de Orihuela mantienen viva una herencia que combina tradición, fe, saber hacer y un vínculo profundo con la Navidad oriolana. Ambas comunidades continúan elaborando dulces conventuales con métodos artesanales, respetando recetas centenarias que forman parte del patrimonio gastronómico de la ciudad.
Un resultado casi milagroso con una amplia y variada oferta de productos que se han convertido en auténticos símbolos de la Navidad: chatos, pasteles de gloria, zamarras, tarta de almendra o los tradicionales dulces navideños, como las toñas o los mazapanes. Con un sabor característico que solo puede lograrse con dedicación artesanal y materias primas de calidad.

Una tradición que no corre el riesgo de perderse porque «las comunidades religiosas la mantienen viva con un compromiso admirable, y, además, cada vez hay más interés por parte tanto de vecinos como de visitantes«, señala el concejal de Turismo, Gonzalo Montoya, pero que, con todo, el Ayuntamiento la incentiva poniendo en marcha iniciativas turísticas como la ya consolidada ruta «Dulces pasos», que «contribuye a reforzar la visibilidad de esta tradición y asegurar su continuidad», destaca el edil.
Así, indica que «estamos trabajando activamente para dar a conocer, proteger y dinamizar esta tradición tan nuestra«, incluyendo degustaciones y la posibilidad de adquirir estos productos dentro de esta ruta que permite al visitante entrar en contacto directo con los conventos y con las religiosas -Clarisas y Dominicas- que elaboran los dulces.
Atractivo turístico
«Nuestro objetivo es que los dulces conventuales sigan siendo un referente de la Navidad oriolana y un atractivo turístico que nos diferencie y nos enriquezca«, añade el concejal, porque «la tradición de los dulces conventuales en Orihuela es, sin duda, un tesoro entrañable de nuestro patrimonio cultural inmaterial, una expresión viva de nuestra historia y de nuestra identidad». Es, añade, «una joya dulce que ha pasado de generación en generación gracias al trabajo silencioso y artesanal de nuestras comunidades religiosas».

La próxima cita es el sábado desde la plaza del Carmen a las 17 horas, con un precio de 4 euros por persona, para degustar La Orihuela golosa de la que hablaba Julia Valoria en su particular almanaque dulce. Un jardín de las delicias en un diciembre que augura un nuevo año mientras se reposa en los recuerdos compartidos de olores a azúcar tostado, sabores, colores de Belén y villancicos, animando a poner estrellas y lunas de hojalata sobre la masa de los mantecados. Eso, según Valoria, también es «Patrimonio con mayúscula, y depende de nosotros el conservarlo para las próximas generaciones», rememorando el trajín de las cocinas que no paraban desde la Purísima.

Los chatos los cita Gabriel Miró como delicia que las monjas de los conventos de clausura de la antigua Oleza ofrecen al obispo protagonista de su obra. Valoria define este dulce, de los más antiguos y emblemáticos, como «un auténtico pastel, ya que cumple la condición de proteger con su masa exterior las delicadas texturas y aromas de la farsa interior, en este caso constituida por frutas y licores, del ardor del horneado». Un producto de invierno, añade, pues sus 325 calorías lo hacen «inmejorable para combatir el frío, pero es incompatible con el sofá, así que abríguese, salga a caminar y a disfrutar de nuestra ciudad, del ambiente navideño, y salude a los amigos que dan la vuelta por los puentes».
Patrimonio monumental
Porque Valoria anima con su recetario a meterse en harina, pero también a pasear por la ciudad para descubrir sus golosos secretos, teniendo como telón de fondo la atmósfera mística de la Orihuela monumental, repleta de iglesias, conventos y casonas nobiliarias que son testigo del peso político que tuvo tras la conquista cristiana y que se mantuvo hasta la reforma administrativa del siglo XIX.
Julio de Vargas la describió en 1895 como una ciudad donde lo religioso imprime «un sello de misticismo característico y tan especial como quizás no se observe en ninguna otra de las ciudades españolas, pues en Orihuela la ciudad está al servicio de la Iglesia y toda la organización política de la misma responde necesariamente al sentido general del estado religioso».
Arte repostero
También en lo gastronómico, como recoge Valoria en su libro Orihuela dulce patrimonio, una herencia que es el arte de la repostería conventual, en el que las órdenes religiosas fusionan las tradiciones reposteras árabe, judía y cristiana. Es «el conocimiento acumulado de los sabores que ha quedado impreso en la memoria papilar de la Vega Baja«, afirma.
Un privilegio que durante siglos fue para unos pocos, como regalo a allegados y familias benefactoras de cada institución, pero que a partir de la desamortización de Mendizábal, en 1837, las religiosas de los conventos de clausura se vieron obligadas a vender sus dulces para procurarse una fuente de ingresos adicional, traspasando los gruesos muros para llegar al común de los mortales, pero siempre «custodiando un legado cultural de carácter patrimonial» que se ha perpetuado «gracias a sus recetas celosamente guardadas en la paz -y el aislamiento- de los claustros desde época medieval», concluye Valoria.
Hoy, manjares celestiales para pecar de gula. Ave María Purísima. Sin pecado concebido. ¡Feliz Navidad!
Fuente: informacion.es
