Cuando los niños son pequeños y desconocen el lugar por el que van acompañados de sus madres, suelen tomarla de la mano para sentir su protección y la seguridad que esto le da. Así nosotros, para adentrarnos en los textos que la liturgia nos propone hoy, pedimos a María, Nuestra Señora del Carmen, que nos tome de la mano y que interceda ante Jesús para que él mismo nos de a conocer sus misterios y nos haga entender cuál es nuestra misión personalísima en la vida y en cada día de nuestras vidas. 

Dios se le revela a Moisés en el monte Horeb y le da una misión que aparentemente lo supera. De este rico texto solo tomaré algunas consideraciones que nos pueden servir. Dios se le revela como zarza ardiente que no se consume, como el Dios de sus padres y como el que estará con él siempre. Estas verdades tienen que estar grabadas en nuestra mente y en nuestro corazón porque Dios no cambia, es el mismo desde siempre para siempre, es un amor que no se consume cuando se da; es el Dios de papá y mamá que nos han llevado al bautismo, es el Dios de todas aquellas personas que nos han ayudado a crecer en la fe en la esperanza y en el amor; el que en Jesús nos prometió estar con nosotros hasta el fin del mundo. Este Dios, uno y trino, nos llama por nuestro nombre y nos da una misión. Una  misión para toda la vida, la de ser templos vivos desde donde se irradie su presencia en el mundo. Pero no templos inanimados o vacíos, templos habitados por la zarza ardiente del amor de Dios que al mismo tiempo que va quemando a nuestro egoísmo va transformando el corazón en una pequeña zarza de calor y de luz para los demás.

En este día le pedimos a Nuestra Señora del Carmen que ore por cada uno nosotros y por todos, para que podamos acoger la revelación del Dios vivo, que quiere liberarnos de todo lo que puede ser un obstáculo para vivir intensamente la amistad con él y para que seamos como Moisés instrumentos de la liberación de nuestros hermanos.

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