En la segunda mitad del siglo XIII, fray Rodrigo de Cerrato, narra un episodio de la vida de los frailes que nos deja al descubierto cómo acudían a la Virgen María cuando se veían tentados en cualquier circunstancia. Nos dice “recordando que Santo Domingo había encomendado el cuidado de la Orden a la Virgen María como su patrona especial y considerando también que el Señor en el evangelio no les había dejado más que un apoyo, es decir a su madre, se acogieron a la piadosísima Virgen María como a Esperanza única y determinaron que en su honor se hiciera una solemne profesión hasta su altar después de completas”.

 Así como los niños pequeños acuden a sus madres, les cuentan sus preocupaciones y esperan de ella consuelo y solución, así los frailes, al comienzo de la Orden, y sin la presencia física de Domingo, acuden a María, a la que Jesús mismo nos dejó como madre, para que ella interceda por los que están tentados y agobiados por distintas necesidades.

Tal como cantamos en la Salve, ella es la “esperanza nuestra”, bajo su amparo, como el niño que está abrazado y refugiado en los brazos de su madre, nos ponemos con todas nuestras vivencias, positivas unas y otras crucificantes, sabiendo que no quedaremos defraudados.

En este año jubilar de la esperanza, habiendo vivido recientemente la muerte del Papa Francisco, y teniendo, los cardenales electores, que elegir al nuevo pontífice, como iglesia, Cuerpo místico de su Hijo, y en medio de ella como dominicas y dominicos, nos dejamos consolar y proteger por el poderoso abrazo de María.

¡Qué ella vele por cada uno y nos consiga del Señor, la docilidad al Espíritu Santo!

Sor Mª. Luisa Navarro Ramos, OP

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