Hoy, aunque es domingo, celebramos a nuestra madre María bajo la vocación de nuestra señora del Pilar. Y Jesús nos vuelve a decir, como lo hizo con Juan al pie de la cruz: “he ahí a tu madre”. En el momento cumbre, en el que él entrega su vida por nuestra salvación, nos deja como herencia el tesoro de su Madre y su Espíritu. Por ellos, él se encarnó y por ellos, continúa el misterio inacabado de encarnarse en la vida de cada uno de los que ha creado.
Comienzo mi reflexión con el significado del sustantivo pilar, porque puede ayudarnos a profundizar en la presencia de María en nuestras vidas.
Una de las definiciones del diccionario de la Real Academia Española, dice: “Pilar: Elemento estructural resistente, de sección poligonal o circular, con función de soporte”. El pilar tiene la función de soportar algo o alguien; el Pilar de Zaragoza soporta la pequeña imagen de Nuestra Señora y ella a la vez soporta o lleva en sus brazos a su Hijo pequeño, y en él, nos asume a todos y cada uno de nosotros, y, desde que nacemos, de una manera misteriosa pero real, aprovecha toda ocasión para direccionarnos hacia su Hijo. Como toda madre que quiere el bien para sus pequeños, nos susurra tiernamente: “haced lo que él os diga”. Nos invita a escucharlo y a obedecerlo, porque de esa manera podremos ser felices, formar parte de los bienaventurados que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.
Esto exige un aprendizaje continuo que va desde hacer silencio en el corazón para poder escuchar a Jesús, hasta decidir obrar como él nos propone; es un camino largo que va del oído al corazón y del corazón a la acción. En todo ese camino está María, como lo estuvo en la vida de Jesús: sosteniendo, apoyando, gozando o sufriendo con él. El Espíritu Santo y ella trabajan sin descanso para que Jesús evangelice el corazón de cada hombre, sea el pilar que lo sostenga, la verdad que lo haga libre. Por eso en este día tan especial, pidamos a María que le recuerde a Jesús que aumente y avive nuestra débil fe, que no se canse de ofrecernos el evangelio y , con su Espíritu, enseñarnos a vivirlo; sólo así podremos ser “pilares vivientes” en nuestras familias y comunidades, que sostengan a los que les rodean y que les sugieran: “haced lo que Él os diga”.
