No sé quiénes sois
Hay una cuestión a la que Jesús nuca responde:
“Señor ¿serán pocos los que se salven?”
Y es que se ha colado o sigue viva la idea judía sobre la salvación expresada entre otros lugares en el libro cuarto de Esdras:
“Muchos han sido creados, pero pocos se salvarán”
Esta vez la pregunta la formula un personaje anónimo, es decir, podría ser cualquiera de nosotros. Nos pica la curiosidad y nos gusta averiguar lo que concierne a los demás. Nos gusta repartir culpas y responsabilidades mientras nosotros nos sentimos a salvo seguros de nuestro buen hacer. ¿Acaso no somos de los escogidos?
Jesús no responde, no es cuestión que nos incumba y quienes la profieren solo buscan alimentar la curiosidad, seguros de estar ellos entre los elegidos. Nos quedamos sin saber si son pocos, muchos o todos. Jesús no entra en banalidades, más bien indica las condiciones que nos llevarán a la salvación.
Unas condiciones que parecen drásticas y difíciles, prácticamente insalvables, pero en Jesús todo es sencillo y asumible somos nosotros quienes lo complicamos imaginando obstáculos, angustias y aprietos. En esta ocasión una puerta tan angosta que resulta imposible franquear. Ciertamente habla de una puerta estrecha quizá en comparación con la ancha y suntuosa, siempre cerrada, reservada para las ocasiones solemnes. Esa puerta por la que entra el triunfador entre aclamaciones y ovaciones, pero la puerta que Jesús propone es la sencilla y estrecha apertura en la muralla que permite la entrada y la salida al campesino que ha de realizar su trabajo cotidiano en las parcelas situadas extramuros de la ciudad.
Con esta metáfora simplemente nos está diciendo que necesitamos una estructura de coherencia y seriedad, algo que se pide a todo aquel que quiera ser plenamente humano con esa humanidad que nos hace imagen de Aquel que amasó y modeló nuestro barro.
Si ataviados con nuestras joyas de latón, con nuestra vanidad y presunción, pretendemos atravesar la puerta ancha y espaciosa, escuchando vítores y aplausos la encontraremos cerrada y oiremos el terrible “No os conozco”.
La salvación está en lo sencillo y cotidiano, Como sencillo y cotidiano ha de ser ese amor fraterno por el que -dice Jesús- se nos reconocerá como de los suyos, por el que escucharemos ese ansiado: “ven, bendito de mi Padre” “entra en el gozo de tu Señor” Es la auténtica salvación, es el gozo del que ya disfrutamos, porque es “aquí y ahora” donde y cuando comenzamos a saborear el cielo del amor y la amistad, cuando descubrimos que en medio de los hermanos reunidos en su nombre, está el Señor.
Nos perdemos auténticos valores cuando la fijamos en un más allá que todavía no nos pertenece, la salvación como el Reino, están ya aquí en nuestro corazón. La salvación ha comenzado ya. ¡Disfrutémosla!
Sor Áurea Sanjuán, OP.