Hoy es una jornada para unirnos a toda la iglesia implorando por medio de María Reina el don de la paz. La liturgia nos propone textos que nos ayudan a ahondar en el significado de esta memoria que celebramos. 

En la primera lectura encontramos como tipo de María a Ruth. El escritor sagrado pone en labios de esta mujer las siguientes palabras: “donde tú vayas yo iré; donde tú vivas, yo viviré, tu pueblo es mi pueblo, tu Dios es mi Dios.”. Ruth se lo dice a Noemí, su suegra, bien podría decirlas María a su Hijo Jesús. Ya que ella es la primera en escuchar la Palabra, permitirle hacerse carne en su vida y seguirle. Ella asume el pueblo que Él ha creado, es decir la humanidad toda, y asume también al Dios que él revela que es su Padre, que lo ha engendrado desde toda la eternidad y el Espíritu que ha fecundado su seno para que él asumiera la condición humana y siendo Hijo de Dios se hiciera también Hijo del Hombre.

Continuamos con el salmo responsorial, que nos descubre el ser y el obrar de nuestro Dios creador que hizo el cielo y la tierra. El salmista nos presenta como “dichoso” al hombre que espera en el Señor su Dios. Y pasa a describir a nuestro Dios calificándolo de: fiel, justo, misericordioso, liberador, médico, amante de los justos, guardián de los peregrinos, sustentador del huérfano y de la viuda, providente al trastornar el camino de los malvados ¡Así es como reina Dios eternamente!

Todas estas características las encontramos en María a quien los Santos Padres la identifican con la luna, porque no brilla con luz propia, refleja la del sol. Su reinado es semejante al reinado de Dios, ella es la Virgen fiel, prudentísima, clemente, auxilio en toda circunstancia, salud de los enfermos, refugio de los pecadores, consoladora de los afligidos. Su reinado celestial no hace más que continuar y plenificar su misión terrena. Ella es la mujer unificada por el Espíritu Santo que amó al Señor su Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo su ser y es la que desde el cielo ama a los que son de Dios de la misma manera, ya que para ella son la prolongación de su Hijo, verdadero Dios y verdadero Hombre.

 Pidamos fervientemente, en este día en que hacemos memoria de María Reina, el don de la paz para los corazones de cada hombre; que seamos capaces de acoger el amor de Dios que es el que pone orden a nuestro corazón, direccionándolo hacia el mismo que lo creó, y nos hace relacionarnos entre nosotros como hermanos. 

¡Pongámonos pasar por este mundo como ella pasó para poder estar con ella, eternamente, gozando de la comunión con Dios y con los hermanos!

 Sor Mª. Luisa Navarro, OP

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