Cada año, la Iglesia Católica celebra la solemnidad del Corpus Christi, una fiesta que nos recuerda el milagro permanente de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y honra a Jesucristo, presente substancialmente bajo las apariencias del pan y del vino.

Esa Presencia ocurre gracias a un cambio que la Iglesia llama transubstanciación (cambio de sustancia), en el momento en que el sacerdote, durante la Consagración en la Misa, dice las palabras que el mismo Cristo pronunció sobre el pan y el vino: “Este es Mi Cuerpo”, “Esta es Mi Sangre”, “Hagan esto en memoria Mía”. 

Esta fiesta, de origen medieval e instituida por el papa Urbano IV en el año 1262, tenía que servir a la Iglesia para venerar públicamente el sacramento de la Eucaristía y exaltar la doctrina del cuerpo de Cristo frente a quienes la negaban. Fue sobre todo a partir de 1316 cuando se extendió por toda la cristiandad, a raíz de una bula del papa Juan XXII. De esta manera, se extendió por toda Europa, donde con el paso del tiempo ganó importancia. A partir de aquel momento se generalizó en Europa, y todavía en el siglo XXI, seis siglos después, es un acontecimiento religioso, social, cultural y festivo de gran trascendencia.

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