¿Cómo es nuestra fe que no logra convocar y contagiar? Predicar, anunciar el evangelio, la Buena Noticia, debería atraer a la gente necesitada y ansiosa de lo que precisamente el mensaje de Jesús contiene. Más allá de los atributos sobrenaturales, todo aquel que se adentre en la enseñanza del Maestro de Nazaret descubrirá pautas para la auténtica humanidad la que lleva en sí el germen de la verdadera felicidad, esa que se fundamenta en la paz y fraternidad universal. Estar seguro tranquilo y confiado con quien vive o pasa a tu lado ¿no conlleva el bienestar más satisfactorio?

Es lo que ocurría con Jesús, todos se agolpaban a su alrededor. De él emanaba una fuerza sanadora que atraía a todos. Era su bondad y era la coherencia que resultaba patente. Su predicación concordaba con su hacer. En él no había mentira todo era transparencia y verdad. La gente se sentía segura y confiada a su lado. Incluso cuando señalaba el pecado quedaba a salvo el pecador. “Cinco maridos tuviste y el que tienes ahora no es tu marido” Y la samaritana lejos de ocultarse avergonzada salió corriendo anunciando a aquel que, con señalarle su verdad, su vergonzosa realidad,  la había rehabilitado y convertido en apóstol. “ya no creemos por lo que tú nos dices, nosotros mismo hemos visto y oído”

Anunciamos a Jesús, anunciamos la Buena Noticia, anunciamos lo más buscado por el hombre y sin embargo las iglesias están vacías. ¿No será que nuestro anuncio lo hacemos desde la rutina y la mediocridad?.¿No será que lamentamos y reprochamos: “es la gente que no quiere compromisos”, “la gente que está influenciada por campañas de desprestigio hacia lo religioso”?  ¿Cómo van a querer estar con nosotros si de nuestra boca sólo perciben la incomprensión  y el reproche?

¿No será que no remamos mar adentro, que no profundizamos en nuestro propio ser y no advertimos nuestra propia tibieza y quizá nuestra incoherencia?

Podemos fatigarnos, podemos pasar la noche bregando, pero sin Jesús, sin un Jesús conocido, amado y hecho vida de nuestra vida el fracaso está asegurado.

Remar mar adentro”. Remar hacia lo profundo, atravesar el fuerte oleaje, el mal que el mar representa, no hacer pie,  hundirnos allí donde todo es serenidad y paz, fiados en el nombre de Jesús, pero no en el rutinario “en el nombre de Jesús tu hijo que vive y reina contigo” tantas veces mascullado en nuestras oraciones, sino en el nombre de un Jesús descubierto y experimentado, convertido en nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida.. Nos falta coherencia desde los dos niveles, el de una profunda y sincera experiencia de Dios y el de una profunda y sincera experiencia de nosotros mismos. No conocemos a Dios ni nos conocemos a nosotros mismos.  Nuestro decir es superficial un hablar de quien en verdad no conozco y un hablar desde el desconocimiento de mi propio ser

Es preciso remar mar adentro pero que en nuestra barca esté Jesús iluminando nuestra profundidad llenándola de paz.  Bregando con Jesús seremos pescadores de hombres.

Y pescar hombres no es querer atraerlos hacia mi, es llevarlos a Jesús, es salvarlos de las turbulencias del mal representado por el mar. Pescar hombres no es un proselitismo a ultranza y para mi propia causa, es ayudarles a encontrar la paz y la felicidad.

Esa es la vocación de todo cristiano. Dejarlo todo, todo lo que dificulta y obstruye, todo lo que oscurece y ciega dejarlo todo lo que aún  siendo humano es indigno de la autentica humanidad, confesar como Pedro  lo sombrío y negativo  y escuchar de Jesús: “No temas desde ahora serás pescador de hombres”

                                                                                                          Sor Áurea