Juan ha reunido entorno a sí un nutrido grupo de seguidores, son sus discípulos, gente que lo admira y que escucha con avidez su enseñanza y sus arengas.  

Pero  él, que es “el mayor  de entre los nacidos de mujer” no se queda ahí, no se vanagloria, sabe que sólo es un mensajero, una voz que clama en el desierto.

Jesús aparece en escena y Juan que “no lo conocía” tiene la experiencia profunda de saber que es el ansiado Mesías.

Y Juan, señalando a Jesús, aparta de sí todas las miradas:

 “Este es aquel de quien os dije “tras de mi viene un hombre que es más que yo”

Y Juan conoce que su “bautismo es solo de agua” Jesús ofrecerá el Bautismo profundo, el de Espíritu Santo.

Y Juan, el mensajero, el testigo, queda solo.

Sus discípulos los que lo han escuchado a él ahora en adelante seguirán a Jesús

También nosotros estamos llamados a ser mensajeros, solo mensajeros, solo testigos.   Juan es el modelo.  

Quien nos escuche, quien nos mire, quien se nos acerque ha de ver y sentir a Jesús. Ha de seguir a Jesús.

Y eso se logra, solo será posible si nuestra experiencia de Jesús es profunda, si hemos aprendido a vivir con los criterios, las actitudes, el corazón la doctrina y la vida de Jesús.

Si somos conscientes de nuestro bautismo de Espíritu Santo.

                                                                      Sor Áurea