En qué lío nos hemos metido al optar por Jesús. Es como si quisiéramos andar con la cabeza sobre el suelo y los pies por las alturas.

Hay que amar a quien te odia, al que sientes como enemigo. Si te dan un bofetón poner la otra mejilla esperando el siguiente. Si me piden tengo que dar y si me arrancan el manto ofrecer también la túnica.

Es curioso, si nos fijamos en todo el discurso ni una sola palabra sobre ritos o cosas sublimes, sí que hay una referencia, que no es poca ni banal, al Padre del Cielo. Todas las exigencias se refieren a la convivencia con el otro. ¿tan importante es el estúpido y antipático que tengo a mi lado? Tan importante que Dios lo ama como a su hijo y tú debes amarlo como tu hermano que es.

¿Cómo puedo amar a quien me está chinchando todo el día?

¿Cómo puedo tener simpatía a quien me está machacando?

¿Acaso puedo domesticar mis sentimientos?

Mis sentimientos se precipitan al menor estímulo y mi voluntad por mucho que me lo proponga llega tarde y no consigue pararlos y mucho menos modificarlos. ¿puedo convertir la hostilidad en cariño? si digo que sí me autoengaño.

como mucho ante la injuria o la provocación puedo optar por el silencio, pero en este caso “la procesión seguirá por dentro”. Ya lo dice el salmo: 

“yo me dije: callaré mientras el impío esté presente, pero mi herida empeoró por dentro, mí   interior se agriaba y me punzaba hasta que solté la lengua…”

Al final sueltas la lengua y por tu boca sale todo lo que tenías contenido y más, dices lo que después no quisieras haber dicho y de injuriado pasas a injuriador…

Poco soluciono con el simple callar.

¿Pero es que se puede amar a alguna persona solamente porque te manden que la quieras?

La experiencia me dice que no. Yo puedo querer a quien me cae bien, pero nadie me puede exigir que ame a quien me incomoda. Sin embargo, Jesús lo hace: “Ama a tu enemigo”

“Si amas a quien te devuelve amor ¿Qué mérito tienes?

Pero seguimos pensando que de ninguna manera lo podemos hacer.

¿De ninguna manera?

Sólo me será válida la manera de Dios. No en vano Jesús nos lo ha sugerido en este mismo discurso: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”

Y en la versión de Mateo: “Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto”

Esta es la fórmula que hace posible lo imposible.

Una aclaración previa. El amor del que habla Jesús no es el mismo que está al uso hoy. “Amor” es un término mal-tratado y que ha perdido su verdadera significación.

Amar en boca de Jesús significa hacer el bien. En boca del ambiente social:  atracción, enamoramiento, gusto, deseo…

Amar como lo hace Dios no persigue la propia y a veces egoísta satisfacción, aunque de rebote la obtendré. El amor al estilo de Dios es amar no por las cualidades y el mérito del otro sino porque yo tengo que ser bueno, tengo que ser compasivo y perfecto como Dios lo es Dios me ama no por lo guap@ y bonit@ que soy sino porque Él es bueno, compasivo y perfecto.

¿Vale la fórmula? Sí, pero podría quedar sólo en una declaración de intención, algo que por abstracto y difuso no llegase a bajar a la realidad.

Para que esto no pase nos puede ayudarnos el conocimiento.

Conocer a la otra persona en profundidad y no sólo por la apariencia, saber de dónde vienen sus debilidades y limitaciones me moverá a ser compasivo y a intentar hacerle el bien que en eso consiste el verdadero amor.

Conocerme a mí mismo, ver que agrado de implicación por no decir culpa, hay en mí para que se sede esa situación, a menudo, sin saberlo, somos los provocadores.

Por último, nos ayudará la ancestral Regla de oro citada por el propio Jesús:

Trata a los demás como tú quieres ser tratado.

Sor Áurea