Cuentan que hubo una boda en Caná de Galilea, cuentan que allí estaba María la Madre de Jesús y que acudieron en calidad de invitados el mismo Jesús y sus discípulos.

La intuición femenina y la solicitud de madre hizo que María se percatase de la delicada situación que presentó a su hijo:

– “No les queda vino”

– “Mujer ¿Qué nos va a ti y a mí?” No ha llegado mi hora”

No es su hora. ¿La hora de los milagros? No, los milagros que nos narran no tienen importancia como tales sino por el mensaje y la enseñanza que encierran.

Pero aquí ocurrió uno de ellos. La conversión de agua en vino ¿Convertir el agua en vino? ¿no sería más saludable y moralizante que fuese el vino convertido en agua? Ni Jesús ni su Madre son aguafiestas y tienen la empatía de hacerse cargo del apuro de los novios o de los organizadores.

Jesús y su Madre saben que necesitamos de la fiesta, no la frívola y banal sino aquella en la que nos socializamos, se manifiesta la amistad, se profundiza en la fraternidad y crece o surge el amor del que la  mejor  metáfora es el enlace matrimonial.

Había a la puerta unas tinajas, seis enormes tinajas, cada una podía acoger cien litros de agua para las abluciones, pero las tinajas estaban vacías y se supone que sucias, con esa suciedad del abandono y el desuso.

¿Qué hacían allí a la entrada de una casa particular? Trastos inútiles e inamovibles pero que representan ese vacío existencial que en ocasiones nos acosa. La falta de proyectos o de recursos, la desazón y la impotencia nos hacen sentir aquello que María, observó y tan gráficamente expresó: “No tienen vino”. Y nos hacen secundar aquella rotunda y certera indicación:

“Haced lo que él os diga”

Hacer lo que él nos diga, pero antes hemos de ser conscientes de nuestra carencia.

No tenemos vino cuando nos falta o no percibimos el sentido para vivir, cuando las limitaciones que nos imponen la edad, la enfermedad, la desocupación o los problemas nos hacen sentir  vacíos, cacharros inútiles y hasta molestos para quienes nos rodean.

Es el momento propicio para esa oración que nos mostró María, la Madre de Jesús. Una oración imposible en tiempos de bonanza y satisfacción. El satisfecho, el que no siente necesidad quizá tampoco se percate de que tiene que agradecer. Es la penuria, la debilidad y la impotencia lo que nos hace clamar: “no tengo vino” es el comienzo de la recuperación. Entonces, sólo entonces, llega la posibilidad de sentir personal y colectivamente el rebosar del vino nuevo. Las tinajas son ahora odres nuevos. Su vino es mejor que el anterior. Lo caduco ha pasado, comienza algo nuevo, comienza la era de Jesús.

                                                                                        Sor Áurea