El propósito de estas páginas es presentar un abanico de propuestas para el rezo del rosario, a fin de hacerlo más gustoso y más eficaz para la vida de los fieles en general. Una oración tan difundida y con tanta tradición en el pueblo cristiano merece un esfuerzo de adaptación para que no pierda vigencia entre los creyentes de hoy.

 

Hay diversas publicaciones que ayudan a esta finalidad, y citaremos algunas. Aquí queremos simplemente ofrecer una breve visión de conjunto, inspirada básicamente en la carta de Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae (RVM), con algunos complementos que creemos sugerentes.

 

  1. Rezar. Con esta palabra se entienden aquí varias modalidades de oración en relación con el rosario. Es una oración contemplativa, que consiste en “fijar los ojos en el rostro de Cristo, descubrir su misterio en el camino ordinario y doloroso de su humanidad, hasta percibir su fulgor divino manifestado definitivamente en el Resucitado glorificado a la derecha del Padre” (RVM 9). Es también meditación. Se trata de “recorrer con el pensamiento los distintos episodios” de la vida de Jesús, “en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María”, que “guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (11). Al mismo tiempo, “quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también en Él la verdad sobre el hombre” (25). Contemplación y meditación vienen a equivaler en ambos casos. Pero “el rosario es a la vez meditación y súplica” (16), incluye la petición y una petición insistente, reiterativa: “propone la meditación de los misterios de Cristo con un método característico,… basado en la repetición” (26). Es un método a través del cual “Dios se comunica con el hombre respetando nuestra naturaleza y sus ritmos vitales”, que implican a “toda la persona, en su compleja realidad psicofísica y relacional”. La mente, el corazón, el cuerpo entero, con sus características respectivas, se entrelazan armoniosamente, dando “como una consistencia física al deseo de que Cristo se convierta en el aliento, el alma y el ‘todo’ de la vida” (27).

 

  1. Quién reza. El rosario puede rezarse en solitario o en grupo. Quien lo hace a solas goza de mayor libertad para adaptarlo, aun respetando su estructura fundamental; el grupo requiere más uniformidad y fijeza, sin que ello tenga que significar rigidez. Y si se hace en el marco de una celebración de la palabra[1], habrán de tenerse en cuenta algunas directrices litúrgicas.

 

  1. Dónde rezar. En los lugares más variados. En casa, de ordinario, se hará en familia: los cónyuges solos o con los hijos u otros parientes o amigos. Con respecto a los jóvenes, el papa afirma que “nada impide que, para ellos, el rezo del rosario… se enriquezca con oportunas aportaciones simbólicas y prácticas, que favorezcan su comprensión y valorización” (42)[2]. En la calle, o ante una noticia vista en la televisión, oída en la radio, leída en el periódico, la oración puede incorporar fácilmente los “problemas, afanes, fatigas y proyectos que marcan nuestra vida… Meditar con el rosario significa poner nuestros afanes en los corazones misericordiosos de Cristo y de su Madre” (25). En el campo, los cuatro puntos cardinales, a los que nos podemos volver al rezar, sugieren referencias concretas: el oriente evoca a Jesús mismo,”el sol que nace de lo alto” (Lc 1, 78); el occidente es el ocaso, símbolo de la muerte; el sur recuerda los pueblos o los sectores humanos más pobres u oprimidos; el norte, en fin, el progreso ambiguo, que procura bienestar, a la vez que discrimina y excluye. En el templo, las imágenes u otros elementos sagrados ante los que nos podemos colocar cuando rezamos (altar, ambón, sede, nave, sagrario, via crucis, retablo) remiten a diversos misterios de nuestra fe.

 

  1. Cuándo rezar. Cualquier momento es propicio para ello. Desde el amanecer podemos invocar a María, Estrella de la mañana, e iniciar nuestro rosario, por ejemplo, cantando el Benedictus, que proclama la inminencia de la salvación, o recordando el misterio de la resurrección en la mañana de Pascua. Durante el día, mientras viajamos al lugar de trabajo o en una pausa breve intercalada en nuestras tareas, desgranar unas avemarías, recordando la vida ordinaria de Nazaret o imaginando el descanso gozoso al que estamos destinados, introduce un atisbo de trascendencia en el perfil plano de la jornada laboral. La tarde recuerda, en medio del cansancio, la cena de Jesús con sus discípulos en un clima de cordialidad, o las penalidades de su pasión, o también el júbilo de María, después de la larga caminata a casa de su prima, expresado en el Magníficat; este cántico espléndido puede coronar el rezo de alguno de estos misterios ‘vespertinos’, como hace la Iglesia cada día en el rezo de Vísperas. La noche, al cabo, pone en manos de Dios, bajo el amparo de María, la esperanza del día siguiente, y la del ‘último día’, cuando también nosotros seremos acogidos en el reino de los cielos; en este momento, cualquiera de los misterios gloriosos del rosario puede comenzar o terminar con el Nunc dimittis, el cántico del anciano Simeón cuando vio colmada la esperanza de su ancianidad al ver por fin al Salvador.

 

  1. Cómo rezar. Juan Pablo II propone una serie de sugerencias en su carta que son compendio ponderado de las numerosas variantes que se han dado en la larga tradición del rezo del rosario. Con ellas quiere “ayudar a los fieles a comprenderla [esta oración] en sus aspectos simbólicos, en sintonía con las exigencias de la vida cotidiana” (28). Aquí ampliaremos un poco la perspectiva; en esta materia es imposible ser exhaustivo y tampoco hace falta: la creatividad popular desborda cualquier pretensión de este tipo. En el capítulo 3 del citado documento distingue el papa no menos de diez elementos que entran en consideración en el rezo concreto de esta venerable oración: enunciado del misterio, escucha de la palabra de Dios, silencio, padrenuestro, avemarías, gloria, jaculatoria u oración final de cada decena, inicio del rosario (se entiende: de una serie o cincuentena), conclusión del mismo y distribución en el tiempo. Veamos algunas posibilidades de utilización de cada uno de ellos.

 

 

  1. a) el enunciado del misterio. No solamente hay una nueva serie de cinco misterios propuesta por el propio papa (los correspondientes a los años de la vida pública de Jesús), que amplían los quince conocidos hasta ahora. Existe la opción de seleccionar muchos otros episodios significativos del evangelio: de la infancia del Señor (el prólogo de Lucas, lo relativo al Precursor, el sueño de José, la adoración de pastores y magos, la huida a Egipto, la vida en Nazaret); de su vida adulta y misionera (la predicación del Bautista, las tentaciones en el desierto, la presencia en la sinagoga, el sermón del monte, los milagros, la vocación y la misión de los discípulos, la relación con sus parientes, las parábolas, las profecías, la oración dominical, las polémicas con los dirigentes, la confesión de Pedro); de su pasión y muerte (la entrada en Jerusalén, el discurso de la cena, la traición de Judas, el prendimiento, las negaciones de Pedro, los juicios religioso y civil); de su resurrección (el sepulcro vacío y las apariciones, la misión universal)[3].

Además, el enunciado puede formularse más extensamente, para sugerir con mayor claridad el contenido que se quiere considerar (p. ej., en lugar de “El niño perdido y hallado en el templo”, se podría decir:  “Jesús revela a sus padres su identidad de Hijo de Dios en el templo de Jerusalén”, o bien: “María, desconcertada por las palabras de su hijo en el templo, las guarda y medita en su corazón para descubrir su sentido”).

La carta del papa indica también la utilidad de servirse de una imagen que represente el misterio y que ayude a hacerse una ‘composición de lugar’ (29). Puede ser un icono, una estatua, una fotografía, un lugar significativo (antes se ha hablado de la oración en el campo, en un templo, etc.), una música evocadora, una proyección alusiva; o bien una escenificación dramática (muy favorable en el rezo con niños).

 

  1. b) la escucha de la palabra de Dios. La palabra inspirada es elemento de capital importancia, “para dar fundamento bíblico y mayor profundidad a la meditación” (30). De ordinario, todos los misterios del rosario tienen su correspondiente pasaje bíblico ilustrativo, en uno u otro de los evangelios. O pueden verse reflejados, en cuanto a su contenido teológico o espiritual, en otros lugares de la Escritura (AT y NT). Esta palabra puede ir acompañada de un breve comentario (más bien monición que homilía, leída o improvisada) que actualice esa palabra en la vida de los orantes, sobre todo en alguna ocasión más solemne.

 

  1. c) el silencio. Es un factor decisivo en toda oración, especialmente hoy, en una sociedad que vive el vértigo generado por las últimas tecnologías. Su principal objetivo es la acogida fructuosa de la palabra de Dios que acaba de escucharse: “la escucha y la meditación se alimentan del silencio” (31). Pero también ayuda a serenarse, a detenerse, a ‘respirar’ y sentirse vivo. Debe ser un silencio suficientemente denso, aunque no sea prolongado, y debe favorecer el ritmo, tranquilo y reflexivo, de la oración vocal que va a seguir, jalonada, a su vez, de pausas intermitentes (12). Para facilitar su benéfico influjo, es bueno posar la mirada sobre algún objeto (la imagen o el lugar de que hablamos antes), o mantener los ojos cerrados, o adoptar una postura corporal propicia.

 

  1. d) el Padrenuestro. “Jesús, en cada uno de sus misterios, nos lleva siempre al Padre… En esta relación con el Padre nos hace hermanos suyos y entre nosotros, comunicándonos el Espíritu” (éste es quien nos da la posibilidad de decir: ¡Abbá, Padre!: Rom 8, 15). De ahí que la meditación del misterio, aun cuando se tenga en soledad, es, de por sí, una experiencia eclesial (32). Para destacar la importancia de esta plegaria, podríamos rezarla de pie. Y no sería desacertado -aunque quizá más discutible- dejarla para el final del rosario, como culminación de toda la oración, al igual que se hace en las Horas litúrgicas de Laudes y Vísperas. En este caso, ¿por qué no cantarlo?[4].

 

  1. e) las Avemarías. He aquí la columna vertebral del rosario, que hace de él una oración mariana por excelencia, sin dejar por eso de ser profundamente cristológica. La parte evangélica (compuesta por el saludo del ángel y la alabanza de Isabel) “es júbilo, asombro, reconocimiento del milagro más grande de la historia”, la encarnación del Hijo de Dios (33). En la segunda parte (el ‘Santa María’, de composición eclesial muy tardía) la súplica se apoya en la especial relación de María con Cristo y en la maternidad que ejerce sobre nosotros por voluntad de su divino Hijo. Ambas partes se engarzan entre sí mediante el nombre de Jesús. De esta estructura derivan las múltiples sugerencias que se han propuesto para su rezo provechoso[5].

Por ejemplo, sería posible rezar diez veces la primera parte, en cada misterio, y sólo una vez, al final, el ‘Santa María’. Esto se haría del modo siguiente: repartiendo en dos bloques la parte evangélica (saludo del ángel: “Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo”; bendición de Isabel:  “bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”), que podrían recitarse a dos coros en el rezo comunitario, si parece oportuno. El nombre de ‘Jesús’ iría seguido de una ‘cláusula’ (oración de relativo que lo une con algún aspecto del misterio que se contempla; p. ej.: “Jesús, que resucitó de entre los muertos al tercer día, según las Escrituras”, o: “Jesús, a quien concebiste por obra del Espíritu Santo”, o: “Jesús, que murió en la cruz por nuestros pecados”)[6]. Este procedimiento permite centrar la atención en las mismas palabras que se pronuncian, evitando lo que muchos lamentan en el rezo del rosario: la disociación entre la voz y la mente. La cláusula puede variarse en cada avemaría, pero parece preferible que se mantenga fija a lo largo de la decena, así el esfuerzo es menor.

El ‘Santa María’, al final de la decena, incorporaría a la súplica preces concretas. Así, a propósito del tercer misterio de luz: “…ruega por nosotros, pecadores, ahora, para que vivamos las exigencias del reino anunciado por Jesús; y en la hora de nuestra muerte, para que la afrontemos con la esperanza de alcanzar el reino definitivo” (o bien, en el 5º misterio doloroso: “ahora: por la Iglesia nacida del costado abierto de Cristo; y en la hora de nuestra muerte: para que nuestros hermanos difuntos, después de compartir la muerte de Cristo, compartan también con él la gloria de la resurrección”; etc.). Las peticiones o intenciones de plegaria podrían igualmente enunciarse al comienzo de cada misterio o al iniciar el rosario.

Una sugerencia de sencilla aplicación: se puede integrar la letanía en el rezo del ‘Santa María’, añadiendo una o dos invocaciones cada vez. Así: “Santa María, madre de Dios, virgen fiel, ruega por nosotros…” ; o bien: “Santa María, madre de Dios, reina de los apóstoles y de los mártires, ruega por nosotros…”; etc.

 

Otra modalidad muy fecunda consiste en intercalar, entre las avemarías, frases bíblicas tomadas del mismo pasaje que habla del misterio contemplado, o de otros lugares que permitan iluminarlo con nuevos matices[7]. Se potenciaría así notablemente el conocimiento de la Escritura, aprovechando quizá las ocasiones de especial solemnidad. Cuando no se use esta fórmula, es de desear que se cante siquiera alguna de las avemarías en alguno de los misterios.

Una alternativa novedosa en este punto es rezar según la traducción que prefieren algunas Biblias modernas y que tal vez responda más fielmente al original griego: “Alégrate, María”, en lugar de “Dios te salve, María”; esta parece expresar el deseo de un beneficio futuro más bien que invitar al reconocimiento de un don presente.

 

  1. f) el Gloria. “La doxología trinitaria es la meta de la contemplación cristiana” (34). Ha de dársele, pues, un énfasis especial, por ejemplo, cantándolo, o también haciendo una inclinación reverente del cuerpo o adoptando otro gesto de adoración. Algunos autores proponen recurrir alternativamente a otras fórmulas doxológicas presentes en la Escritura o en la liturgia eclesial (“Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo, ensalcémoslo con himnos por los siglos”; Rom 11, 33; Apoc 15, 3; antífonas de la solemnidad de la Santísima Trinidad).

 

  1. g) el final del misterio. El papa reconoce el valor de las invocaciones -jaculatorias- que según la costumbre se añaden en muchos lugares después de la doxología (p. ej. “María, madre de gracia y madre de misericordia…”). Pero le parece preferible concluir con una oración “dirigida a alcanzar los frutos específicos de la meditación del misterio. De este modo, el rosario puede expresar con mayor eficacia su relación con la vida cristiana” (35). Un modo fácil de dar con la oración adecuada en cada caso es adoptar la que la liturgia propone como oración colecta para las celebraciones que corresponden a los distintos misterios (Anunciación, Visitación, Navidad,…Transfiguración, Corpus, Semana Santa, Pascua,…). En el rezo en que esté presente un sacerdote podría ser él quien pronunciara estas oraciones, pero esto no es preceptivo.

 

  1. h) el inicio del rosario. Nuevamente se da una variedad de posibilidades. “En algunas regiones se suele iniciar con la invocación del Salmo 69: ‘Dios mío ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme’, como para alimentar en el orante la humilde conciencia de su propia indigencia” (ese mismo sentido tiene la recitación del llamado ‘acto de contrición’); “en otras, se comienza recitando el Credo, como haciendo de la profesión de fe el fundamento del camino contemplativo que se emprende” (37). Podría igualmente recomendarse el canto de un himno de entrada, sobre todo en ocasiones litúrgicamente más significativas.

 

  1. i) la conclusión del rezo. “La plegaria se concluye rezando por las intenciones del Papa, para elevar la mirada de quien reza hacia el vasto horizonte de las necesidades eclesiales” (37)[8]. Y culmina con la alabanza a María -cuya intercesión maternal se ha experimentado a lo largo de todo el rezo-, expresada bien con la “espléndida oración de la Salve Regina”, bien con las acostumbradas letanías, de las cuales hoy se nos ofrece una rica gama de series en diversas publicaciones[9].

 

  1. j) la distribución en el tiempo. La repartición de las series de misterios se hace tradicionalmente según un determinado orden semanal (el papa reconoce que el rezo del rosario entero cada día no está al alcance de todo el mundo; si acaso, es factible para los contemplativos por vocación, o para los enfermos o los ancianos: unos y otros disponen de un tiempo que los demás no tienen). Pero la introducción de los ‘misterios de luz’ ha supuesto una redistribución del conjunto (los gozosos, lunes y sábado [el sábado es “un día de marcado carácter mariano”, al igual que los días de la infancia de Jesús]; los dolorosos, martes y viernes, como hasta ahora; los gloriosos, domingo y miércoles; y los luminosos, el jueves). Por otra parte, dentro del año litúrgico, hay que reconocer que los misterios gozosos tienen más afinidad con el tiempo de Adviento y Navidad; los dolorosos, con la Cuaresma; los gloriosos, con la Pascua; aunque, claro está, no tengan por qué rezarse siempre y sólo en esos tiempos. Análogamente, por ejemplo, cuando la Iglesia celebra la Epifanía, es legítimo y aconsejable rezar ese día los misterios gozosos y sustituir alguno de los tradicionales (v. gr. el quinto) por ‘La adoración de los magos’. O, el Sábado Santo, contemplar la actitud grave de la Virgen, entre el dolor y la esperanza, parece más coherente que detenerse en la alegría que acompaña a las escenas de su maternidad recién estrenada en Nazaret o Belén. El mismo concilio Vaticano II recomendó, respecto a los ‘ejercicios de piedad’, que “vayan de acuerdo con la sagrada liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo” (SC 13). Es importante constatar, extrayendo todas sus consecuencias, la especial armonía del rosario con la liturgia eclesial[10].

 

  1. Con qué rezar. También a ese objeto humilde (¡a veces materialmente demasiado ‘soberbio’!) con el que rezamos el rosario dedica Juan Pablo II unos sugerentes párrafos. Destaca en él “un simbolismo, que puede dar ulterior densidad a la contemplación” (36). El Crucifijo -o, al menos, la cruz-, que sobresale de ordinario en todo rosario-objeto, nos remite a Cristo, en quien “se centra la vida y la oración de los creyentes”, y nos invita a comenzar trazando sobre nosotros la señal de la cruz en el nombre de la Trinidad. Es este un gesto que acompaña a la mayor parte de los actos cristianos.

Todavía otros dos simbolismos: “En cuanto medio para contar, que marca el avanzar de la oración, el rosario evoca el camino incesante de la contemplación y de la perfección cristiana”.  Y, como cadena, manifiesta la que nos vincula con Dios (en la dependencia y, a la vez, en el amor) y con nuestros hermanos (en la comunión como miembros de Cristo).

 Por último, las ‘decenas’, que hoy pululan por el mercado de los objetos religiosos en todo tipo de versiones caprichosas y prácticas, parecen sugerir que el rosario puede rezarse en pequeñas dosis, en cualquier parte y con el menor pretexto, inmersos en el tumulto urbano de cada día o haciendo senderismo, entre clase y clase por la mañana o tumbados en la arena al atardecer, en lugar del cigarrillo que me calma los nervios o arropando el último acto consciente sobre mi lecho nocturno. Momentos de sosiego o de inquietud, de alegría o de llanto, expresión de piedad personal o de súplica por los otros, pequeños fragmentos de vida atrapados en la intimidad con la Madre, contemplando juntos el rostro del Hijo, para captar su misterio y descifrar desde él el del mundo.

                                                                              

 

Fr. Emilio García, OP

                                                                                     

[1] Pablo VI, exhort. ap. Marialis cultus (MC), 48 y 51. Propuestas concretas pueden verse en el documento de la Congregación para el Culto divino, Orientaciones y celebraciones para el Año mariano, Madrid 1987, 66-78; y en V. ALTABA GARGALLO, 20 encuentros de oración con el Rosario. Contemplar con María el rostro del Señor, Madrid 2003.

[2] Recuérdese la vigilia mariana del papa con los jóvenes en su última visita a España, el 3 de mayo de 2003. Se organizó, como es sabido, en torno al rosario, pero con una enorme flexibilidad (un misterio por cada serie, sin avemarías -se cantó la de Schubert, una sola vez, al final, en versión flamenca-, testimonios independientes, ofrenda floral, alocución del Santo Padre, etc.). Es un ejemplo de las posibilidades que ofrece una sensata creatividad pastoral.

[3] J. MAÑÉ VILÁ, Un Rosario para cada día, Madrid 2002, sugiere otras muchas series de ‘misterios’ (según los tiempos litúrgicos o el santoral, según textos concretos del Evangelio, según las virtudes de María, etc.).

[4] M. CARCHENILLA, 150 Avemarías. Reflexiones y canciones para el rezo del rosario, Madrid 1998, ofrece melodías sencillas y populares tanto para el padrenuestro, el avemaría o el gloria, como para enmarcar, con sendos textos, cada uno de los 15 misterios tradicionales.

[5] Una de las aportaciones de mayor interés a este respecto es el libro de los dominicos franceses J. EYQUEM – J. LAURENCEAU, Aujourd’hui, le rosaire? Essai d’une mise à jour de la prière du rosaire, 2 ed., Toulouse 1969. Pueden verse también los últimos capítulos de R. BARILE, Il rosario, salterio della Vergine, Bologna 1990.

[6] Es una costumbre que data, al menos, del siglo XV y que ha subsistido en algunos lugares. Juan Pablo II recuerda que fue ya evocada por Pablo VI (MC 46) y ha sido alabada recientemente por la Congregación para el Culto divino, en el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Principios y orientaciones (17 dic. 2001) 201.

[7] Un precioso modelo de este proceder puede verse en los diversos glosarios que recoge M. LLAMERA, Libro del Rosario. Doctrina y práctica, Valencia 1949, junto con otras muchas sugerencias.

[8] Juan XXIII, en un jugoso comentario al rezo del rosario, propuso intenciones para cada uno de los misterios, en sintonía con la ‘contemplación’ y la ‘reflexión’ que nos hacen penetrar en el sentido de los respectivos episodios evangélicos. Aparecen como complemento de la encíclica Il religioso convegno, de 29 de septiembre de 1961, y pueden leerse en J. A. MARTÍNEZ PUCHE, O.P., El libro del Rosario. Historia, doctrina, práctica, diccionario, Madrid 2003, 115 ss.

[9] Entre otras, presenta una amplia selección de letanías (30 series) la obra de M. Á. FUERTES, Letanías del Rosario, 3 ed., Salamanca 1995.

[10] Así lo hace Pablo VI, al recordar lo que se ha dicho del rosario: que es “casi un vástago germinado sobre el tronco secular de la liturgia cristiana” y que ambos “tienen por objeto los mismos acontecimientos salvíficos llevados a cabo por Cristo”, aunque el primero los evoque como memoria contemplativa y la segunda los haga presentes como memorial sacramental. Por ello el rosario “puede constituir una óptima preparación a la celebración de los mismos [misterios] en la acción litúrgica y convertirse después en eco prolongado” (MC 48).