Un pequeño grupo acompaña a Jesús, son sus seguidores. El maestro los ha cautivado y se han quedado con él. Pero Jesús no quiere que sus discípulos se queden ahí, pasivos y despreocupados, escuchando, admirando y amando al Maestro y Señor. Hay que expandir el Reino la felicidad que contiene ha de ofrecerse a todos. Y Jesús los reúne y les encarga una misión. Una misión que es fruto del estar con Él. El “ocio contemplativo” conlleva necesariamente el impulso a comunicar y contagiar. La preocupación real y efectiva por aquellos que necesitan de lo que yo tengo y disfruto, tanto del pan como de la Palabra. Es aquello de “contemplar y dar lo contemplado”.

Jesús necesita colaboradores, la mies es mucha. Quien le siga tiene que misionar.

Pero ¡cuidado!, la misión no es de solitarios. Los protagonismos, los nombres propios, no valen, por eso los envía de dos en dos, es la comunidad quien predica, es la comunidad quien pone la mesa al pobre, el único protagonista es Jesús, el único objetivo es el Reino.

Los trabajadores, aquellos que han de cultivar la mies, han de estar faltos de todo.  Sin túnica de repuesto, sin monedas en el bolsillo. La seguridad no la dan los medios, la eficacia tampoco. Es más, a menudo enredan, esclavizan y distraen, nos hacen olvidar que el único cayado necesario, el único y seguro apoyo es Jesús. Somos complicados, justificamos el tener con el argumento de la necesidad cuando lo único necesario es ser, ser libres sin el escollo que dan las cosas, sin el miedo a perderlas.

Lo único necesario es el propio ser, la manera de vivir, es aquello de “quien me mire te vea”. Que quien me observe quiera vivir como yo porque desea disfrutar de lo que a sus ojos disfruto yo. Es preciso vivir los valores del Reino para que nuestro rostro no llame a engaño, las marcas de tristeza, aburrimiento o falta de entusiasmo devalúan lo que decimos profesar. Nadie se siente atraído por lo anodino. La garra, el enganche, no se improvisan y no valen si se fingen.

El discípulo de Jesús no tiene cosas, el discípulo de Jesús es. “Nuestra riqueza eres tú”,  no  necesitamos más, tan solo un bastón y unas sandalias, un bastón que me diga que mi único arrimo está en él y unas sandalias semejantes a las suyas para que al caminar no dejen las huellas de mis pies sino la de los suyos porque es a él y no a mi a quien han de seguir.

El enviado de Jesús no puede ser caprichoso ni egoísta, allí donde primero lo reciban se ha de quedar, para bien o para mal ese ha de ser su acomodo. El trajinar para aquí y para allá no cabe en su programa, el antojo de elegir tampoco.

Pero el cielo de Jesús no se impone. Hay quien lo ignora y no lo quiere, no lo conoce. Nuestro empeño darlo a comer, mostrarlo apetecible y nada más. Resulta duro, pero hay que sacudir el polvo adherido a nuestro calzado, es la manera de mostrar y reconocer nuestra impotencia. Sólo Dios puede mover el corazón. Y Dios que es bondadoso moverá el de aquellos a quienes arrope nuestra oración.

                                                                                                                 Sor Áurea