Jesús va a su pueblo de Nazaret. Nunca olvida sus humildes raíces nazarenas. Va en compañía de su nueva familia que son los apóstoles, sus discípulos.

¿JESUS NO ES DE FIAR?

 Sus paisanos desconfían. No es de fiar para ellos porque saben demasiado de él, conocen a sus padres y lo que éstos habrán tenido que sufrir por su causa, aunque nunca se han quejado. Ya de pequeño en su primera subida a Jerusalén se escondió en el templo y dejó que la caravana marchase sin él ¡qué angustia para esa pobre madre! Sin embargo, nunca escuchamos de su boca un reproche, siempre tapando con su silencio aquella travesura, después abandonó a su padre en la carpintería, lo dejó solo con todo el trabajo y marchó al desierto a vagabundear como su primo.  ¡Y dice que tiene que ocuparse de las cosas de su padre! No hay quien lo entienda. ¡Ahora vuelve al pueblo rodeado de discípulos y dándoselas de maestro! ¿quién se habrá creído que es? ¡Como si no lo conociéramos! ¡Sabemos que no ha estudiado, pero “¿de dónde saca esa sabiduría?”

Aquella gente sabía demasiado de Jesús, al menos eso pensaban ellos. Sí, ciertamente conocían su trayectoria y conocían las circunstancias que lo rodeaban. Conocían a toda su familia, en fin, sabían que Jesús era como uno de ellos. Nada tenian que aprender de él.  Lo que no sabían es que esta mirada un tanto despectiva y su autosuficiencia les impedía descubrir quién, en verdad, era Jesús.

¿Qué nos enseña el evangelio de este domingo? Nos muestra la humanidad de Jesús tan real que sus convecinos sólo ven en él a uno más del pueblo. Tan real que no comprenden y les causa extrañeza lo que dice y lo que hace: “¿De dónde saca todo eso?” “¿Qué sabiduría es esa?” “¿Y esos milagros que salen de sus manos?” Lo conocen demasiado y ese conocimiento les ofusca y no solo no se abren a la fe sino que “¡desconfiaban de él!”

¿Nos fiaríamos nosotros? ¿creeríamos más de haber vivido a su lado? ¡Dichosos los que creen sin haber visto! La Fe no es asunto de ver y tocar. Aquellos vieron y tocaron, pero su corazón permaneció cerrado. La Fe no es cosa de los sentidos ni siquiera de la mente, es cosa de la Gracia. Esa que el Señor da a sus amigos incluso mientras duermen.

Y otra consideración más de ir por casa.

Los nazarenos no reconocieron y no aceptaron en Jesús nada especial, se cerraron a su doctrina y a sus signos. ¿No pasa algo parecido entre nosotros?, escuchamos al desconocido o lejano sobre todo si se nos presenta con alguna aureola de títulos, recomendaciones o lo hemos encontrado en Internet y desoímos o ignoramos al cercano, al que convive con nosotros porque sabemos demasiado de él, sabemos de qué pie cojea y estamos seguros de que poco nos puede enseñar. Ya lo dice el refrán “nadie es grande para su mayordomo”

Nos movemos por prejuicios y no somos capaces de escuchar con objetividad. Con esta postura podemos perdernos algo bueno que nos sería de provecho aprender. Ya lo decían los escolásticos, “la verdad es verdad venga de quien venga” y más vulgarmente el refrán: “La verdad es la verdad dígala Agamenón o su porquero”

Volviendo al evangelio, Jesús al percatarse del rechazo de los suyos se lamentaba:

“No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”

Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a unos pocos, aquellos que libres de prejuicios y suspicacia supieron ver en él albo más que un simple paisano.

Abiertos a la sorpresa, a la admiración y a lo nuevo, no desdeñemos escuchar al más pequeño ni al más diferente quizá descubramos alguna chispa de verdad que complete la nuestra.

                                                                                                          Sor Áurea