La editorial de los dominicos Edibesa acaba de publicar la obra de sor Teresa Cadarso, O.P., Domingo de Guzmán. Entre el silencio y la Palabra. El libro pretende dar testimonio de la presencia y valor hoy de “este discreto compañero de camino en la escucha de la Palabra, la contemplación y la fraternidad”.

  Teresa explica que al ir a celebrar el VIII centenario de la muerte de Santo Domingo llegó el coronavirus, y con él las restricciones, “así que nos preguntamos qué era lo que podíamos ofrecer desde Caleruega”. Confiesa que en un principio no pensaba que una monja pudiera ofrecer mucho hoy en día sobre la vida de un santo, que la gente tendría la idea de que sería algo cursi y con poco que sugerir al lector. Pero escribir el libro y publicarlo ha desmontado muchos de sus prejuicios “y creo que esto puede suceder con muchos otros lectores que pueden acercarse a la vida de santo Domingo, pensando que quizá no tiene nada que decirles y acabar encontrando un gran tesoro”.

Un creyente que tenía sus dudas

  La dominica explica que al acercarse a la vida de Domingo descubrió un periodo desconcertante en su vida, “en el que él era un simple hombre, donde estaba despojado de los brillos de la santidad. Era un mortal lleno de incertidumbres, de dudas, de soledades, de oscuridad, como podía ser cualquiera de nosotros. Y a mí aquello me desarmó, me hizo verlo de otro modo, no tanto como un santo encima de una peana, sino verdaderamente como un creyente que tenía sus dudas, sus luchas, y eso lo hacía cercano a mí”.

  En esa aproximación al momento de la vida del santo a Teresa le surgió una pregunta: ¿Qué era lo que le sostenía en esos momentos? ¿Cómo permaneció fiel a pesar de las dificultades? “Esa es la idea central de todo el libro. De hecho es el primer capítulo que escribí, que en el libro es el sexto, y que se titula Silencio. Es el momento en el que santo Domingo se queda solo en el sur de Francia, se desata la cruzada albigense y él continúa en la misión encomendada. Es un momento de muchas luchas, de mucha soledad, de pocos frutos… Sin embargo, de una fe firme y abandonada en Dios”.

  Con el libro, la monja pretende adentrarse en el camino de fe de Santo Domingo, “no solo como un santo que a lo mejor nos puede parecer muy distante, sino como un hombre que supo permanecer y ser fiel a la vocación, a la misión, en medio de muchas dificultades”.

 

Una prolongación del retrato de Santo Domingo que hizo sor Cecilia Cesarini

  Allá por el año 1218, Cecilia Cesarini conoció en Roma a Domingo de Guzmán. Él rondaba los cuarenta y cinco y ella apenas tenía quince. Dos años más tarde, Cecilia recibiría de manos del propio santo, el hábito dominicano. Siendo ya anciana, dictó sus recuerdos a sor Angélica en el convento de Santa Inés de Bolonia. Su breve descripción física, psicológica y espiritual del santo ha sido desde entonces la mejor invitación para conocer y adentrarse en su figura.

  «La forma exterior del bienaventurado Domingo era -según Cecilia- así: mediana estatura, delgado de cuerpo, rostro hermoso, un tanto bermejo, cabellos y barba levemente rubios, ojos bellos. De su frente y de las cejas salía cierto resplandor, que seducía a todos y los arrastraba a su amor y reverencia. Siempre estaba con semblante alborozado y risueño, a no ser cuando se encontraba afectado por la compasión de alguna pena del prójimo. Tenía largas y elegantes manos y una gran voz, hermosa y sonora. Nunca fue calvo y conservó siempre el cerquillo íntegro, entreverado de algunas canas».

  El presente libro quiere prolongar el retrato hecho por sor Cecilia y dar testimonio de la presencia y valor en nuestros días de este discreto compañero de camino en la escucha de la Palabra, la contemplación y la fraternidad de los seguidores del Señor Jesús.

Real Monasterio de Santo Domingo de Guzmán

  Sor Teresa es monja dominica del Real Monasterio de Santo Domingo de Guzmán en Caleruega, uno de los monasterios más antiguos de la Orden de Predicadores. Fue levantado sobre el lugar en el que se encontraba la casa de la familia del santo. Fue inaugurado por Alfonso X, el Sabio, en 1270, con el traslado de un grupo de monjas acogidas a la Orden por santo Domingo en 1219, y que residían en la cercana localidad de San Esteban de Gormaz. La autora encuentra en este lugar una atalaya privilegiada para profundizar en el alma del gran santo castellano.