La actividad ha sido intensa y quiere continuarla en la otra orilla. Como un hombre cualquiera, como cualquiera de nosotros, aprovecha el trayecto para descansar, apoyado sobre un almohadón se duerme tan profundamente que no se entera del trasiego y el pavor de sus discípulos. Se ha levantado un fuerte huracán y las olas rompiendo contra la barca la sacuden y tambalean. Asustados y exasperados al encontrarlo dormido, lo despiertan increpándole:

“Maestro, ¿No te importa que nos hundamos?”

“Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: “¡Silencio, cállate!”

 El viento cesó y vino una gran calma”

Pero la calma no llegó a los discípulos que siguieron espantados, pero ahora no por la tempestad sino ante el propio Jesús:

Pero ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”

Con esta emocionante narración el evangelista ha querido sacudirnos con esa misma interpelación:

¿Quién es éste?

Por una parte, nos presenta a Jesús como un hombre afectado por la debilidad humana del cansancio y por otra con la majestad y el poder de un Dios.

¿Quién es éste?

La doctrina cristiana afirma que es “Dios y hombre verdadero”. Es el dogma declarado en el Concilio de Calcedonia (451).

¿Qué afirmamos nosotros? ¿Cómo lo percibimos?

Es el Misterio que más nos interpela, aunque quizá no somos del todo conscientes.

Lo confesamos Dios y Hombre verdadero, pero en la práctica acentuamos uno de los dos polos, más comúnmente el de la divinidad. Sin darnos cuenta minusvaloramos su humanidad deslizándola, como hicieron los docetas, hacia el nivel de la simple apariencia como si considerásemos a Jesús como Dios revestido de hombre.

Hoy lo vemos dormir mientras la embarcación se hunde, ajeno a lo que está pasando, sin enterarse ni de las sacudidas por la tempestad ni de los esfuerzos de los discípulos por achicar el agua ni de sus gritos de impotencia y de terror. La escena nos está diciendo que Jesús es un hombre vencido por el agotamiento, sin embargó ¿no pensamos que como Dios “sabe” lo que ocurre pero que está poniendo a prueba la fe de sus amigos?  ¿Dónde queda, pues, lo de “Hombre verdadero”?

Lo dicho, es el Misterio que más nos interpela. Ante la sorpresa, la admiración, incluso el desconcierto que hace exclamar a los apóstoles “¿Quién es éste?”

No nos quedemos sólo con la necesaria respuesta teológica, busquemos también la práctica, la vital, la de ir por casa, la nuestra:

¿Quién es Éste para mí?

¿Cómo incide en mi vivir?

¿Es Jesús mi modelo, mi camino y mi vida?

Hay otras consideraciones sugeridas por el fragmento de hoy que afectan a nuestra parte emocional. En ocasiones, especialmente las dolorosas o conflictivas, sentimos crecer nuestro ánimo con el reproche de Jesús: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?

                              Sor Áurea Sanjuán, op