¿QUIÉN ES ÉSTE?

¿QUIÉN ES JESÚS?

La pretensión de este evangelio es presentarnos a Jesús.

Está comenzando su vida pública y no lo hace de manera subrepticia sino a cara descubierta. Terminará enfrentándose a la jerarquía, pero comienza, como buen judío, contando con ella. Aquí, en este comienzo, ya aparece la contraposición advertida por el mismo pueblo que, acostumbrado a la predicación oficial, a la ortodoxia de escribas, saduceos y fariseos, advierte la diferencia.

Sus autoridades impresionan por sus majestuosas vestiduras y espectaculares filacterias. También por su saber. Doctores de la Ley, conocen al dedillo y con todo detalle, cada uno de los 613 mandamientos de la Torá. Se los saben todos, tanto que los repiten de memoria, sin papeles, pero como papagayos y dejan la sensación de un mal cuerpo, nos dejan inquietos, agobiados y angustiados, en   cambio éste, que parece como uno cualquiera de nosotros, que viste Igual que vestimos la gente de a pie, y por colmo resulta que es nazareno (¿puede salir algo bueno de Nazaret?) este sin títulos ni categoría nos deja ensanchado el corazón, impresiona por lo que dice y por lo que hace. Habla con autoridad, y convence su obrar.

 Dicen que ha dicho que las personas somos más importantes que el sábado. Que acudamos a él si estamos cansados y agobiados, que su yugo es suave y su carga ligera. En cambio, nuestros maestros nos echan a la espalda pesados fardos y ellos no ayudan ni con un dedo.

Y es que Jesús salva, Jesús libera. Jesús no ha venido a abolir la ley, pero si a darle la plenitud de sentido, a ayudarnos. Jesús habla con esa autoridad que no dan las ínfulas de poder o la «personalidad”, la voz firme y los imperativos sino la sencillez, la coherencia, y la bondad, aquello que en lenguaje evangélico se pone en boca del Señor: «Venid a mí que soy manso y humilde de corazón»

Ese es el Mesías que no libera de la opresión política como esperaban los judíos, pero si de la opresión del mal. Decían: «hasta los espíritus malignos le obedecen».

En estos primeros domingos del Tiempo Ordinario, el evangelista Marcos va abriendo paso a la novedad que nos trae Jesús.  Una novedad que se concentra en la nueva imagen de Dios. Ya no es el Dios de los antiguos que se muestra entre rayos, truenos y zarzas ardiendo sino el Dios Padre de Jesús y Padre nuestro.

Estupefactas quedaban las gentes al escucharle y así de asombrado queda quien tiene la suerte de encontrarse con J él.

Sor Aurea