“Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias
porque me has escogido portentosamente,
porque son admirables tus obras;
conocías hasta el fondo de mi alma,
no desconocías mis huesos.

Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
tus ojos veían mis acciones,
se escribían todas en tu libro,
calculados estaban mis días
antes que llegase el primero.»

(Salmo 138, calificado por la M. María Cinta como “mi salmo»)

Una vida abierta a los demás

Cada vida humana es portadora de un llamado personalísimo de Dios a la existencia, la cual a su vez es convocada a entretejer con Él una historia de amor única e irrepetible en la que juega un papel preponderante la libertad con la que el Creador dotó a su creatura. A través de las respuestas libres se van forjando vínculos con otros, y así el consentimiento personal a la gracia ha estado ligado a la fidelidad de otros y al mismo tiempo el propio «hágase» posibilita que muchos más se atrevan a emprender su propia aventura de amor con Quien los ha convocado.

Sabemos de sobra que toda vida es importante más allá de cuánto se prolongue en este mundo, ya que para el Señor mil años son como un día y un día como mil años. Sin embargo, el hecho de que nuestra querida Madre María Cinta haya alcanzado por gracia de Dios los cien nos impulsa a cantar la fidelidad y la misericordia del Señor para con ella y lo hacemos acercándoles una semblanza de su vida. De este modo seguimos el consejo del Papa Francisco, quien nos invita siempre a tener memoria de nuestras raíces.

Primeros años

Sor María Cinta Rocher Tallada, op, nació el 6 de noviembre de 1920 en Tortosa, Tarragona, España, en el seno de una familia profundamente cristiana. Sus padres, Juan Rocher y Adela Tallada, dieron vida a cinco retoños: María Lourdes, María Cinta, Salvador, Berta y Adela. Desde pequeña nuestra biografiada dio muestras de tener un carácter vivaz, muy sensible a todo lo relacionado con la fe. Una anécdota de su infancia lo demuestra: cuando apenas contaba seis años de edad recibió la primera comunión el 24 de junio de 1927 junto a su hermana mayor. Al regresar de comulgar notó que Lourdes rezaba sin parar oraciones vocales a media voz. Entonces, dirigiéndose a ella, le susurró al oído: “No hables hacia afuera, pues Le tienes dentro». Los que la oyeron no dudaron en conjeturar que la pequeña sería monja contemplativa.

 

A continuación, una de sus sobrinas, María Pilar Salelles, hija menor de María Lourdes, nos ofrece esta descripción de su tía:

“María Cinta era una joven rubia con una melena media y ondulada. Y sobre todo muy alegre. Muy responsable, inteligente, algo despistada y una fatal cocinera. Aunque en su casa tenían ayuda su mamá se preocupaba para que supieran desenvolverse como ama de casa. Puedo decir que no lo consiguió entre sus hijas. Muy moderna para su época, de todas las primas hermanas (que eran muchísimas) la que más”.

Cursó los estudios primarios y secundarios en el Instituto de las Hermanas Teresianas. En plena adolescencia, a los 16 años le tocó afrontar junto a su familia una de las pruebas más duras: la Guerra Civil Española (1936-1939). En ese tiempo trabajó como maestra. En un momento determinado su padre, para salvar la vida, tuvo que cruzar la frontera disfrazado de mujer, y durante un tiempo no supieron si vivía o no. La arrocera que poseía se perdió por completo, lo cual afectó gravemente la situación económica del hogar.

Gran parte de las familias españolas había perdido alguno de sus miembros, no así la de ella. Por ese motivo, una vez finalizada la contienda bélica, su padre invitaba a los suyos a dar gracias al Señor por haber preservado la vida de los integrantes de su familia. Sin embargo, poco tiempo después, Adelita, la pequeña, tras una tormenta eléctrica, fue a cortar un nardo que estaba junto a un alambre, recibiendo al instante
una descarga que tronchó su vida a la tierna edad de 15 años. No es difícil suponer el dolor que produjo su deceso a toda la familia. Desde entonces la M. María Cinta tuvo un gran temor ante las tormentas eléctricas.

Cursó en la Universidad la carrera de Filosofía, siendo que los estudios superiores no eran frecuentes en las mujeres de su tiempo. Tuvo oportunidad de experimentar el noviazgo, pero se daba cuenta que el amor humano no acababa de satisfacerla. Al respecto hay una anécdota que ella recordaba riéndose: Su pretendiente solía llevarla para que conversara con una religiosa. Ella se entretenía bastante en dichas conversaciones mientras él la aguardaba afuera. En cierta ocasión le preguntó sin rodeos: “Dime, María Cinta: ¿con quién prefieres conversar, con la hna. Fulana o conmigo?”. Ella, haciendo un gesto de obviedad, no vaciló en responder: “Pues con la hna. Fulana…”

Su vocación

Emprendió su discernimiento vocacional con el P. Castro, fraile dominico que a la sazón residía en Valencia. Como ella daba largas al asunto, su director le dijo: “Estás dando grandes pasos, pero fuera del camino de Dios.” Cuando tuvo la certeza de que el Señor la llamaba a consagrarle su vida como monja contemplativa no dudó en terminar su noviazgo y en la Nochebuena de 1944 comunicó a su familia la decisión de ingresar al monasterio.

Su sobrina María Pilar nos cuenta al respecto:

”Entre la familia, nadie pensaba que entraría religiosa y menos de clausura. La primera a quien se lo dijo, por lo menos de la familia, fue a su mamá, caminando las dos solas hacia la casa de vacaciones “La Cañada». Creo que algo suponían pues, aunque toda la familia era muy católica y practicante, ella colaboraba mucho. La situación en ese momento en España era muy difícil, estaba tras la guerra en una situación de gran dolor y pobreza.

Lo difícil era decírselo a su padre. Pues, aunque ambos tenían hermanas religiosas de clausura, no era lo mismo. Mi abuelo no entendía que teniendo magisterio y Filosofía por qué tenía que ser de clausura. Mi tía le explicaba que siendo de clausura siempre estaría en Valencia y se podrían ver más. (Por casi lo acierta).”

El día 4 de agosto de 1945, solemnidad de Ntro. Padre Santo Domingo en aquella época, inició su postulantado en el Monasterio Santa Catalina de Siena de Valencia. La Madre María Teresa Muñoz Garde era la priora entonces; quien apenas tres años antes había venido desde la comunidad de Ntra. Sra. de la Esperanza de Alfaro para colaborar en la restauración del monasterio valenciano, que a causa de la guerra estaba muy venido a menos. Dicha restauración estaba progresando a pasos agigantados y la comunidad se iba acrecentando con el ingreso de numerosas jóvenes. La Madre María Cinta tomó el hábito dominicano el día 5 de febrero de 1946, e hizo su primera profesión el 11 de febrero de 1947. Su Maestra de novicias fue la M. Ascensión Valero. Acerca de este día hay un testimonio escrito de su puño y letra que dice: “Recuerdo que el día de mi profesión temporal estaba yo con mis dudas hasta el momento mismo de comenzar la ceremonia, tuvo que intervenir la M. María Teresa Muñoz como Priora (pues no solía hacerlo) porque la Madre Maestra estaba enferma y no consintió que a última hora volviera a hablar con mi director. Delante de una imagen del Sagrado Corazón que teníamos en el ante coro me dijo: “es algo muy personal, dígale al Señor usted solita, si quiere ser toda suya… sí, ¡vale la pena…!” Supongo que mientras tanto ella rezaría por mí. Me serené y profesé, por cierto, que gracias a Dios nunca más he tenido dudas sobre ello”. Emitió la profesión solemne el 11 de febrero de 1950.

Mientras tanto había dado comienzo el período pre-federal de la Federación de la Inmaculada en España, emprendiéndose la restauración de varios monasterios. En 1952, apenas dos años después de su profesión solemne, la Madre María Cinta, junto a otras tres monjas de Santa Catalina, partió a la comunidad de Villarreal para ayudar a restablecer plenamente la vida dominicana en ese monasterio. Ella pensó en un primer momento (según la mentalidad de la época) que su traslado se debía a una especie de castigo. Pero con el tiempo se dio cuenta que no era así. La que fue su Madre Maestra iba en calidad de Priora, quedando ella a su vez en el cargo de Maestra en la nueva comunidad. Fue así que comenzó su itinerancia (rasgo tan propio de nuestro carisma) por diferentes comunidades. El Señor la había dotado de modo especial del don de Consejo, el cual no pasó desapercibido a las monjas, por lo que fue requerida para el servicio de Priora en diferentes comunidades. Ahora era Játiva la que solicitaba ayuda. Desde Villarreal acudió la Madre María Cinta, quien al día siguiente de su llegada era elegida Priora. Corría el año 1956.

Tras quince años de trayectoria pre-federal, el 8 de diciembre de 1957 daba inicio en el Monasterio Santa Catalina de Valencia la primera Asamblea, dando comienzo así formalmente la Federación de la Inmaculada, cuya primera Priora Federal fue la M. María Teresa Muñoz Garde. En dicha Asamblea tomó parte la M. María Cinta.

Siendo aún Priora en Játiva, a principios de 1960 fue elegida para presidir la comunidad de Manresa. Allí, junto a la renovación espiritual, impulsó una serie de reformas en el edificio, especialmente del Coro y las obras encaminadas a descubrir, bajo el recubierto de yeso, el estilo románico de un claustro, escalera y entrada al Coro.

El 27 de junio de 1962 la comunidad de Pedralbes realiza su elección de Priora, la cual recae sobre la M. María Cinta, quien tuvo que renunciar a este cargo en Manresa para asumirlo a partir del 15 de Julio en Pedralbes.

En 1971 va a la comunidad de Gerona, cuyos miembros habían formado parte de un beaterio hasta 1962, año en que emitieron su profesión solemne en la Segunda Orden pidiendo ser integradas en la Federación de la Inmaculada. Allí colaborará en la edificación del nuevo monasterio, ya que el lugar donde residían las monjas estaba en muy malas condiciones. Poco después será elegida Priora de esa comunidad en la cual permaneció hasta 1979.

Entre 1980 y 1984 estará al frente de la comunidad de Burriana para luego regresar a su monasterio de Santa Catalina de Paterna, Valencia, a donde permanecerá hasta junio de 1990.

 

La renovación de las Constituciones

Acabada la celebración del Concilio Vaticano II todas las congregaciones y órdenes religiosas se vieron en la obligación de reformar las respectivas Constituciones para adaptarlas de acuerdo con los directrices conciliares. En la Orden de Predicadores este proceso va a ser largo y requerirá mucho trabajo y colaboración, pero el intento es muy deseable y culminará en 1971 con la promulgación ad experimentum de unas Constituciones, no sólo más adaptadas a los tiempos y a la mente de la Iglesia que ha trazado sus líneas de acción en los documentos conciliares, sino con una mayor riqueza espiritual en su contenido. En su elaboración que comienza una Comisión de Padres dominicos, van a intervenir por primera vez, también las monjas por disposición del P. Maestro de la Orden, fr. Aniceto Fernández, que en 1969 pide a las prioras federales propongan unos nombres, entre los que él designará a las que han de realizar este cometido. En la Federación de Aragón, sor María Cinta Rocher Tallada, de la comunidad de Santa Catalina de Valencia, es la elegida, y el 18 de abril acude a Roma. Entregada con los Padres dominicos y otras once monjas a una labor ingente, permanecerá en la Ciudad Eterna del 21 de Abril al 22 de Junio de 1969, regresando al Monasterio Federal para dar cuenta del desempeño de su misión a la M. Federal, quien antes de que ella partiera a Roma le escribió lo siguiente en una tarjeta: “Que la Virgen la acompañe y le dé luz y acierto para cooperar con firmeza en el trabajo que el Señor le ha encomendado: conseguir un modo de vida perfecto para las monjas Dominicas contemplativas por medio de unas perfectas Constituciones. Con todo cariño, Sor María Teresa Muñoz Garde (Cf. Orígenes de la Federación de la Inmaculada pág. 241).

El Capítulo General de Walberberg celebrado en 1980 pidió al Maestro de la Orden, fr. Vincent de Couesnongle, que nombre una Comisión encargada de revisar las Constituciones aprobadas ad experimentum en 1971. En 1982 el M.O. nombró a los miembros de dicha Comisión: cinco Padres y nueve monjas (entre ellas la M. María Cinta que entonces era Priora en Burriana). Se trabajó en la revisión entre el 20 de noviembre y el 13 de diciembre de ese mismo año en Roma. En aquella ocasión la M. María Cinta, junto al resto de la Comisión, pudo estrechar la mano de San Juan Pablo II, quien le pidió que las monjas amen mucho la clausura. La promulgación de las Constituciones fue efectuada por el Maestro de la Orden fr. Damián Byrne el 14 de enero de 1987. Fue la tercera vez en la historia de la Orden que el texto de las Constituciones de las monjas experimentó un cambio considerable.

 

La fundación del Monasterio Inmaculada Concepción
(Concepción, Tucumán, Argentina)

Capítulo aparte merece el llamado que recibió del Señor de abandonar su tierra para plantar la vida contemplativa dominicana más allá del océano, donde una pequeña Iglesia particular deseaba contar con esta forma de vida.

Ella misma lo cuenta según un testimonio que extraemos de las crónicas de la comunidad del día de la Virgen de Lourdes el año 2009:

“…pedimos a Madre María Cinta que nos cuente su experiencia de vida religiosa. Nos confesó que su paso por los muchos monasterios de la Federación fue siempre una respuesta obediente, por su parte, al deseo de los superiores y conveniencia de las comunidades que la pedían, no así su venida a América como fundadora y misionera que fue en primer lugar un llamado del Señor “VEN CONMIGO” y manifestado luego por los superiores.”

Año 1989. La Federación de la Inmaculada preparaba una nueva fundación en Concepción, Tucumán, Argentina. En Navidad se supo el nombre de las fundadoras: Sor Ana María Albarracín (Córdoba), sor Estela Medina (San Justo), sor Marta Fonseca (Mendoza), sor María Carmen Chorén (Catamarca). Se mantuvo en reserva en un primer momento el nombre de quien vendría como Vicaria de la Madre Federal para esta fundación. Se trataba precisamente de la Madre María Cinta, que estaba finalizando un priorato en su comunidad de Santa Catalina de Valencia. También en ese momento era primera consejera de la Federación. ¿Por qué ella precisamente? Habría que preguntárselo al Señor que es quien inspiró a la Madre Federal pedirle este especial servicio a sus 69 años.

Lo que ciertamente sabemos y por testimonio directo de la Madre María Cinta, es que hubo dos hechos que le confirmaron que era voluntad de Dios el pedido de su superiora. El primero, más íntimo y secreto: “En la oración sentí claramente una voz que me decía ¡VEN CONMIGO!” Ella quiso grabar esta frase al dorso de la cruz misionera que recibió al venir a América. El segundo hecho, más externo y palpable, estaba relacionado con el tema de su salud. Por aquellos tiempos padecía de úlceras en el estómago. La Madre Ana María Primo Yúfera, Priora Federal, queriendo también ella tener la certeza de que era voluntad de Dios esta encomienda, le dijo que le harían estudios para verificar el estado de esas úlceras. Así se hizo, y para sorpresa de todos, los estudios revelaron que sus úlceras estaban completamente cerradas. Dios había hablado. La Madre María Cinta sería la vicaria para esta fundación. Todos contentos, pero al poco tiempo, oh sorpresa, las úlceras volvieron a abrirse. La decisión estaba tomada y no se volvía atrás. El Señor había dado ya el signo porque la quería para esta obra.

Ella confesaba que tres cosas le habían costado más entregar: su familia, su patria, pero, sobre todo, tomar distancia de la vida federal, en la que ejercía gran protagonismo hasta entonces. La Madre Federal, conocedora de esto último, tenía la delicadeza de escribirle y llamarla telefónicamente con frecuencia para ponerla al tanto de la marcha de la Federación una vez que ya estuvo en Concepción.

El 9 de junio de 1990 llegó a San Justo para reunirse allí con el resto de las fundadoras.

El 27 del mismo mes las cinco partieron hacia el Monasterio Inmaculada del Valle de Catamarca. Esta comunidad las acogió con gran cariño y generosidad a lo largo de tres meses. Desde allí resultaba más fácil supervisar las obras de la casita que estaban acondicionando en Concepción a modo de monasterio provisional. El traslado definitivo a su destino se efectuó el día 4 de septiembre de 1990.

La Madre María Cinta amó entrañablemente a esta diócesis desde el primer momento. Se interesó por conocer sus ciudades y pueblos, aunque sin salir de la clausura. Mons. Meinvielle (el Obispo que gestionó la fundación y recibió a las fundadoras) había dejado en una pared de la casa que se nos preparó un mapa grande de toda la diócesis con los nombres de los pueblos y rutas. ¡Las veces que encontramos a la Madre estudiando atentamente ese mapa! En algunas ocasiones hasta se arrodillaba para ver bien hasta los puntos más inferiores del mismo. En muy poco tiempo logró identificar certeramente todas las localidades de esta iglesia particular con sus respectivas parroquias y sacerdotes. También memorizó con la misma rapidez todas las diócesis del país con sus respectivos obispos. En los recreos nos tomaba examen, pero raramente lográbamos salir airosas.

Guió esta comunidad en los primeros años fundacionales, estando al frente en el momento de la construcción del edificio del monasterio: tarea delicada. Contamos un episodio al respecto. Aunque en ese momento sólo éramos cinco, había que planificar un monasterio que albergara a más personas, y por lo tanto todas las dependencias deberían ser amplias y habría que construir mayor número de celdas. Por lo tanto, lo proyectado resultaba una construcción grande teniendo en cuenta que estaba inserta en una diócesis pequeña y en un barrio pobre. Todo esto provocaba ciertos escrúpulos en la Madre María Cinta, pensando si esto sería del agrado de Dios. Nuevamente el Señor se encargó de tranquilizarla: “¡Yo te lo llenaré!” escuchó en la intimidad de la oración. Y así fue. Las vocaciones comenzaron a llegar, y aunque no todas perseveraron, la comunidad creció rápidamente. En la actualidad el monasterio acoge temporalmente al Noviciado Federal, por lo que todas sus dependencias están ocupadas.

En 1994 se celebraba en Torrente una nueva Asamblea Federal a la que fue invitada a participar con voz, pero sin voto. Fue desgarradora la hora de regresar a la Argentina porque suponía una nueva y definitiva despedida. Fue por este sufrimiento tan grande que decidió nunca más volver a su patria.

En 1996, tras reiterados pedidos de renunciar al cargo de vicaria de la nueva fundación, al fin fue escuchada. Si bien es cierto que llevar adelante la construcción del edificio del monasterio la había desgastado, ella aún gozaba plenamente de sus facultades. Sin embargo, expuso como razón de renunciar una frase que había escuchado al P. Marceliano Llamera y que quería hacer vida: “Hay que dejar los cargos antes que los cargos lo dejen a uno”. Además, con ilusión tenía el propósito de secundar a su sucesora.

En 1997 celebró sus Bodas de Oro de profesión religiosa. Para esta fecha ella eligió como frase emblemática de su vivencia de 50 años de consagración: “Es el Señor quién lo ha hecho” (S. 117). Antes de finalizar la Misa se la invitó a dar un testimonio. Ella mostró su agradecimiento a Dios por los dones de la vida, la familia, la vocación, la Orden… Concluyó diciendo: “Si mil veces naciera, mil veces sería monja, y monja dominica”.

Con ocasión de esta celebración a sus familiares y amigos que le preguntaban con qué le podían obsequiar, pidió que le enviasen dinero para ayudar a las muchas personas necesitadas que se acercaban al monasterio. Estaba muy agradecida a Dios porque a través de la Orden, la Iglesia, sus familiares, y tantos amigos, habíamos podido construir y amueblar el monasterio y pensaba que era justo y necesario devolver a Dios tantos beneficios recibidos.

Al ver que la fundación había logrado prosperar y tenía la erección canónica, la Madre Federal, sor Inmaculada Franco, le ofreció la posibilidad de regresar al Monasterio de Santa Catalina de Valencia. Entonces la Madre María Cinta tomó la decisión de quedarse definitivamente con nosotras con la expresión: “Yo ya quemé las naves”. Con estas palabras se refería también al triple intento infructuoso de tener su documentación argentina, sin la cual era imposible viajar. Transcribimos ahora distintos párrafos de la crónica de la comunidad:

26 de setiembre de 1996
Madre María Cinta, que había sido nombrada vicaria de Madre federal para nuestra comunidad desde su fundación, fue la que tuvo la gracia de acuñarle un rostro propio, peculiar, dentro siempre de lo dominicano, hacia dentro y fuera del monasterio.
Por su gran vivencia federal que supo transmitirnos con el ejemplo de su vida dada para esta causa, nos abrió el corazón y amplió nuestra mirada hacia el bien de todas las comunidades.
Por su gran amor a la Iglesia supo insertar nuestra comunidad en la Iglesia particular.
Con ella se inició y concluyó la construcción de nuestro monasterio y fue quien hizo de nuestro monasterio una casa de oración, de predicación, de acogida para todos sin distinción alguna.
Hacia adentro había logrado la caridad, la unidad, la concordia, la paz, la alegría, llegando a definirnos nuestro obispo como monjas A.P.U.: alegres, piadosas, unidas.

Características de su personalidad

El Señor dotó a nuestra querida Madre de una gran inteligencia y perspicacia. No ha perdido nunca su picardía. Gozaba de una gran simpatía y de un extraordinario don de gentes. Muchos: seminaristas, sacerdotes y obispos, laicos casados y solteros, consagrados, jóvenes y mayores, acudían a ella para recibir consejo, aliento y asesoramiento. Hizo mucho bien con su palabra y era fiel en el acompañamiento a las personas que se acercaban a ella. Todos se sentían especialmente amados y escuchados por ella. Todos eran sus preferidos. Por todos y con todos sufría y se alegraba. Y, por todos, oraba largamente, siempre de rodillas, ante el Sagrario. Con Monseñor Bernardo Witte engarzó una fuerte amistad envuelta en ternura y respeto. Él decía que ella “era su madre” y le pedía consejo y ayuda en muchas situaciones.

Dentro del extenso círculo de sus amistades destacamos dos por la intensidad y duración del vínculo creado: Mons. José Ignacio Herrera quién mientras fue posible venía a encontrarse con ella todas las semanas. Fue un gran apoyo para la M. M. Cinta y para toda la comunidad por su fe, su sentido común, sus importantes relaciones a todos los niveles que facilitaron muchos trámites en los primeros años de la comunidad.

El otro amigo, “hijo”, incondicional de la Madre y amigo cercano y siempre dispuesto a ayudar de toda la comunidad es el Licenciado Ricardo De Glee. También ha venido todas las semanas a encontrarse con ella. Su día era el sábado. Y aun cuando ya no podía atenderlo seguía viniendo cada sábado a preguntar por la Madre. Hasta que llegó el Covid.

 

Supo forjar fuertes vínculos de amistad tanto en España como en Argentina, incluso entre sus familiares, y los supo mantener con el correr de los años. A su hermana mayor siempre le costó el que ella haya aceptado irse tan lejos de España. Un párrafo de una carta que escribió a Sor Adriana María Colombres en 2011, cuando ésta acababa de ser elegida Priora de la comunidad de Concepción lo atestigua. Entonces María Lourdes tenía 92 años:

“Me voy a presentar. Yo soy María Lourdes, hermana muy querida de una monjita (sí, muy menuda) pero con un corazón tan grande por los menos favorecidos por la suerte y que necesitaban tanta ayuda de Dios, que sin pensar que dejaba aquí a una hermana tan necesitada de ella se fue y la dejó sumida en tanta tristeza, que hace más de veinte años, no he logrado superar. Dios escribe derecho en renglones torcidos, y en estos entré yo. Que Él no me tome en cuenta mi egoísmo. La sangre, cuando es buena, no puede convertirse en agua (…). Ella tiene gran talento, que lo ha dedicado todo a la Orden de Santo Domingo, hasta el dejar su patria y su ambiente, para dedicarse por entero a la Argentina, sin mirar los kilómetros que nos distancian, ni la familia y el cariño de los que quedamos aquí…”

Todos percibían en ella a una verdadera madre espiritual que se preocupaba con solicitud de sus penas y gozaba con sus alegrías. Fue siempre muy comunicativa y alegre, aunque paradójicamente tenía un dejo de pesimismo en algunas situaciones.

Treinta años después de su llegada, las personas que se beneficiaron en su momento de su consejo la recuerdan con especial cariño y gratitud.

Su espíritu misionero se encuentra reflejado en el párrafo de una carta que escribió a una monja española en el año 2008, cuando contaba 87 años:

“El Maestro de la Orden (fr. Carlos Azpiroz Costa, OP) no hace mucho nos pedía a las monjas argentinas una fundación en Paraguay, que es limítrofe nuestro y además donde trabajan muy bien, hace años, los frailes de la Provincia de Aragón: ¿no os animáis un pequeño grupito a realizar esta hermosa aventura misionera-contemplativa dominicana? Nosotras podríamos colaborar… (todo esto es cosecha propia, los superiores tienen la palabra…) ¡Soñar no cuesta nada! Pero no puedo dejar de pensar que ni el mundo ni la Iglesia terminan en España. ¡Si pudiéramos llegar a otros países, pobres en cultura religiosa, pero con hambre de Dios con el aliciente que siempre proporciona tener en el territorio un monasterio de clausura!
¡Es hermoso hermanas! Se lo digo por experiencia propia y de otras monjas que han vivido lo que yo vivo ahora. Es un tópico decir que se recibe más de lo que se da pero esto es una realidad. ¡La gente tiene hambre de Dios!
Y todavía en este nuevo mundo se vibra por Él.»

Siempre se preocupaba porque la comunidad tuviera trabajo suficiente que le permitiera cubrir sus necesidades. Hasta los 95 años se presentaba todas las mañanas en la sala de labor para prestar su colaboración en la selección de hostias. Se alegraba cada vez que la encargada de ese oficio le mostraba las cajas llenas de paquetes de hostias destinadas a distintos puntos del país.

Como tenía muy buen gusto se le solicitaba su opinión para ultimar los detalles de los ornamentos que confeccionaban las monjas, o para las pinturas de las imágenes de yeso o bien para dar los matices en los cantos que aprendía la comunidad para ser utilizados en la liturgia.

Para mantener ágil la mente, mientras pudo leer, antes de dormir hacía crucigramas y sopas de letras. Una de las cosas que más le costó asumir y aceptar fue precisamente la pérdida de gran parte de la visión, ya que le apasionaba leer, sobre todo para ponerse al día. Además, esta disminución de su capacidad visual le impedía mantener la costumbre de intercambiar abundante correspondencia epistolar con tantas personas que a ella se dirigían.

Uno de sus oficios era el de seleccionar la lectura para el refectorio, para lo cual buscaba las noticias en los boletines y periódicos eclesiásticos que llegaban al correo postal. Cómo sería su interés por lo que pasaba en la Iglesia y en el mundo que hasta llegó a aprender a usar la computadora para sacar de internet las noticias. Se vio privada de esto cuando ya no se pudo hacer nada más para que recuperara visión. El Señor la seguía podando para que siguiera dando fruto.

Al haber desempeñado durante casi toda su vida religiosa cargos de gran relevancia, naturalmente fue difícil para ella dejar de pertenecer incluso al Consejo de la comunidad. Pero todo lo fue entregando al Señor.

Otra cosa que tuvo que superar fue la de aceptar que una enfermera laica viniera a cuidar de ella tres horas por la tarde una vez en la semana. Tanto le costaba, sobre todo al principio, que en una ocasión pidió hablar con la Priora para decirle, con su habitual picardía e ingenio, que “la “pequeña” (refiriéndose a la monja enfermera que se encargaba de ella) no resiste no cuidarme”. De este modo tan diplomático solicitaba que dejara de venir una persona ajena a la comunidad para asistirla. Actualmente es un ejemplo de “paciente”: es cuidada por turnos por casi todas las hermanas y tiene que adaptarse a los modos de proceder de cada una. Nunca se queja. Tampoco exige nada. Recibe a todas por igual. La única diferencia se nota cuando la saludan la novicia y la postulante.

Estos últimos años manifestó en varias ocasiones experimentar una gran pobreza interior. Siente que se presentará al Señor con las manos vacías. Atraviesa una prolongada noche oscura que nosotras la interpretamos como una agonía que se alarga. El Señor, que la ama, la sigue purificando hasta llamarla a ese encuentro definitivo cara a cara con Él.

Sor Alicia Llaver, su enfermera durante varios años, cuenta: “cuando le dije en una ocasión, Reina…y algún otro piropo, me contestó: pero por dentro es todo basura (no sé si usó esta palabra u otra, pero quería significar su miseria). Entonces me di cuenta de su pobreza de corazón: el Señor la ha transformado en una anawin.”

Para nuestra comunidad es una gracia contar aún con su presencia entre nosotras. Nos hemos visto enriquecidas por su vida y entrega. Es el tesoro que el Señor nos ha confiado y del que nos sentimos gozosas de cuidar.

Alabamos, glorificamos y damos gracias a Dios por la obra que ha realizado y realiza en esta queridísima hermana nuestra. En su nombre agradecemos el cariño y la cercanía de todos cuantos la han tratado y les pedimos que la recuerden siempre en su oración para que pueda transitar con serenidad el último tramo de su existencia y pueda tener la certeza de que el tiempo no es algo que pasa sino Alguien que viene.

Con la esperanza de que esta semblanza de la vida de la Madre María Cinta les haya sido de provecho, nos despedimos asegurándoles nuestro recuerdo en la oración, pidiendo al Señor que en cada uno pueda llevar a plenitud su obra. Hasta cada Eucaristía, sus hermanas de Concepción.

Monjas Dominicas
Monasterio Inmaculada Concepción

Fuente: https://www.op.org.a