Predicar en despoblado es una de las tareas más inútiles de las que se puedan realizar, sin embargo aquel hombre tan extraño abandonó su sociedad y su sinagoga y se estableció en el desierto haciendo de él su hábitat y lo más sorprendente, su altavoz. Desde ese descampado consiguió que su voz se escuchara en las ciudades, mejor aún, en los corazones.

Y es que Juan, “el mayor de los nacidos de mujer no es «una caña sacudida por el viento». «Es más que profeta». Porque

«éste es de quien está escrito:
    He aquí, que yo envío mi mensajero delante de ti

a preparar tu camino»

Mientras Jesús elogia así a Juan, escuchamos a este decir:

«Detrás de mí viene el que es más que yo, y

yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias»

Y es que Juan el Bautista es un verdadero y auténtico profeta. Un profeta no es un vaticinador, no es un adivino, es un testigo. Su papel: testimoniar la bondad y la misericordia de aquel a quien conoce bien, comunicar y contagiar la buena noticia que es Jesús. Gritar a todas las mujeres y a todos los hombres que Él ya está aquí y viene, y que es preciso allanar el camino, desbrozar el sendero, rechazar las bagatelas, esas insignificantes piedras que entorpecen el caminar, quitar los obstáculos, pequeños o grandes, de nuestro propio corazón. Invitar a bautizarnos con ese bautismo de agua que es el de la conversión y que nos prepara para el bautismo en Espíritu y fuego.

Eso es Juan, y eso necesitamos hoy, testigos, profetas que como él trasciendan su propio ombligo, desechen su propio espejo y solamente se contemplen en el de Jesús.

Así es el verdadero y auténtico profeta. Aunque su voz sea monótona y baja, se hará oír por el testimonio de sus obras, de su verdad y coherencia y se hará visible aunque esté oculto en su cuarto, «orando al Padre que ve en lo secreto».

Porque quien ora, más pronto que tarde, acabará siendo testigo y anunciador de la gracia de Dios. Le dolerá el dolor de los más pobres, dará pan al hambriento, su capa y su túnica al desnudo y agua al sediento.

Podemos sospechar de una vida encerrada en sí misma sin trascender hacia los demás. Sospechoso también el pretendido profeta incapaz de orar, su voz y su anuncio serán pura charlatanería.

Hoy más que nunca necesitamos profetas que como Juan el Bautista prediquen desde el desierto, desde la oración y el silencio desde su autenticidad y coherencia.

Sor Áurea Sanjuán, op