UN CANTO DE AMOR

Todos tenemos nuestra propia historia de amor y quizá también de desamor que contamos o guardamos celosamente en el corazón. Hoy el Señor nos cuenta la suya  por boca del profeta Isaías.
Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña.

                      Mi amigo tenía una viña en fértil collado.

                      La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas;

                      construyó en medio una atalaya y cavó un lagar.

                      Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones.

 

El evangelio va en la misma línea, pero aquí no es que la viña malogra su fruto, son los que merecieron la confianza del Dueño, los elegidos para cuidarla que se apropian de ellos y lo hacen violentamente maltratando y matando a los que el amo envió para recoger la cosecha. El Dueño confiando que les queda un algo de respeto les manda a su propio hijo, pero aquellos malvados se dijeron «este es el heredero, lo matamos y nos quedamos con su herencia».

En el canto ce Isaías escuchamos un lamento:

«¿Qué más pude hacer por mi viña y no lo hice?»

Es la historia de amor de Dios para con su pueblo Israel.

¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella!¡Cuántas veces quise cobijarte como la gallina bajo sus alas a los polluelos y no quisiste!

¿Qué hará con esos labradores homicidas?

La viña es el pueblo elegido. Los labradores encargados de su cuidado son los jefes religiosos. Los enviados son los profetas y el hijo a quien mataron es Jesús.

«tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna·

¿Qué más pude hacer por ti?

La moraleja es clara. Israel, el pueblo elegido ha defraudada a quien le ofreció todo su amor. Mató a los profetas y crucificó al Hijo amado.

¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?

¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones?

 

Y la viña fue entregada a otros labradores.

 Ahora son los cristianos, la Iglesia, nuestra Iglesia, el pueblo elegido, la viña amada y mimada. ¿Dará buenos frutos?

¿Caemos en la cuenta de que la Iglesia no es una superestructura en la que nos insertamos, sino que la Iglesia somos nosotros, tú y yo y el otro? Cada uno responsable del bien o del mal, del fruto bueno o del agrazón. Responsables del cuidado de la viña, de recolectar y devolver al Dueño su cosecha.

La reflexión de hoy va por ahí. Se trata de un canto de amor. El del amigo enamorado y desengañado. El amado no correspondió a tanta ternura, defraudó las expectativas no dio dulces fruto sino agrazones.

¿Cómo es el mío? ¿Cuál será mi canto?

Sor Áurea