LA MAGIA ESTÁ EN EL COMPARTIR
También Jesús tiene miedo. se ha enterado de lo sucedido a Juan el Bautista a quien Herodes ha mandado decapitar y teme le suceda a él algo similar por eso decide prudentemente marchar a un lugar tranquilo. Pero la gente adivina su intención y sale a su encuentro.
Jesús arrastra multitudes. No es un jefe religioso ni tampoco un líder político. Sus discursos no tienen nada que ver ni con las predicaciones morales y teológicas de los rabinos ni con los mítines políticos. Para aquellos lo importante es la Ley, para estos su propio protagonismo o el de su partido, para Jesús, las personas. Siente compasión y se preocupa de sus necesidades. «Vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos»:
Se hizo tarde, estaban en descampado, los discípulos con buena lógica, con nuestra lógica, avisaron al Maestro: «Despídelos, que vayan a comprar qué comer». Pero la lógica divina no es la nuestra. El Maestro les increpa: » ¡Dadles vosotros de comer ¡”. Pero ¿cómo? ¿estás loco? Aquí sólo tenemos cinco panes y dos peces, ¿qué es esto para tanta gente?»
Que todos se sienten y repartid. Habrá para todos, todos se saciarán y sobrará por si alguien llega más tarde.
No tiene exigencias inalcanzables. pero sí exige aquello que pondría en valor la auténtica humanidad. Exige la fraternidad universal. “dadles vosotros de comer” si tienes un pan o cinco, si tienes un pescado o cinco compártelos. Que todos, todos, buenos y malos, de una etnia o de otra, de una tendencia política u otra, analfabetos o sabios, que todos sentados a la mesa o en el suelo todos comamos.
Ahí está la magia, en el compartir. No esperemos milagros, el poder de hacerlos lo ha puesto Dios en nuestras manos. No esperemos ya un maná caído del cielo, cultivemos la tierra que el Creador dejó a nuestro cuidado. No nos quedemos tranquilos exigiendo a otros, al gobierno, a la gente rica, una responsabilidad que ciertamente tienen, ejerzamos la nuestra compartiendo nuestros cinco panes y dos peces.
Y no veamos en Jesús un mago todopoderoso, su divinidad no la demuestran los milagros. la vemos justo en su humanidad, una humanidad que es fiel retrato del Dios Padre que vino a mostrarnos. Ese Dios que se preocupa de buenos y malos, su lluvia es para todos, que se preocupa de no lastimar la cizaña sino de fortalecer la bondad del trigo. Que no deja caer en vano ni un cabello de nuestra cabeza. Todo esto lo descubrimos en Jesús que no hizo alarde de su categoría, ni de su poder, como Dios.
Los sentimientos de Jesús nos descubren la divinidad de su corazón.
Sor Áurea