Bahía Blanca, 8 de junio, 2020

Memoria de las beatas Diana y Cecilia

 

Muy queridas hermanas:

Hoy celebramos esta fiesta que nos ayuda a saborear la santidad de nuestros orígenes comunes. ¿Cómo olvidarlas en esta ocasión? En los muchos años vividos como fraile (en febrero cumplí 40 años de inicio de noviciado – toma de hábito) el Señor me ha permitido disfrutar (en España se usaría más la expresión “gozar”) muy de cerca de la fraternidad de las monjas (sororidad); sus gozos y esperanzas, tristezas y angustias… como un regalo muy especial que ha modelado mi corazón dominico. Las tareas encomendadas, es verdad, me llevaron a querer comprender más y más su vida y misión en el corazón de la Orden, de la Iglesia, del mundo.

Pareciera que en las beatas Diana y Cecilia de alguna manera aparecieran, como en germen, seminalmente, notas o características propias de todas y cada una de ustedes (disculpen que no use el “vosotras”, me permito esta licencia).

La beata Cecilia nos regala su intuición y el sentido profundo del detalle (no solamente de las apariencias, que pueden engañar) sobre todo cuando describe al mismo Santo Domingo. Todas recuerdan ese “retrato” vivo, alegre, fiel de Nuestro Padre.

La Beata Diana, quien también conoció al Padre de los Predicadores, tuvo y mantuvo una amistad hermosa con el Beato Jordán, primer sucesor de Domingo. Al mismo tiempo, en su historia vocacional aparece como joven fuerte, capaz de sortear toda dificultad cuando descubre su vocación. Esto le permite ir más allá de los límites familiares, sociales, circunstanciales ¡pero sin dar portazos caprichosos sino más bien con tesón y decisión, a la hora de discernir la importancia del llamado ¡sin buscar atajos a la hora de ser fiel, aún en medio de los dolorosos y necesarios procesos… propios de toda historia de Amor!

Permítanme rumiar cosas ya dichas o repetidas tiempos atrás (después de los 60 años de edad, este volver a hablar cosas habladas, es una «licencia» que se adquiere, aprueba y practica ¡sin necesidad de cursos académicos, tesis o exámenes previos! ¡salvo los exámenes o estudios médicos! –no los míos, porque no he estudiado medicina, sino los que los médicos me han ido haciendo en los últimos años-).

Cecilia deja constancia fehaciente que las hermanas reunidas en San Sixto (Roma) se vieron atendidas con toda solicitud por el Padre de los Predicadores y, utilizando un lenguaje que denota satisfacción plena, aseguraba que él les instruía en los temas relativos al nuevo camino de vida religiosa, «porque no tuvieron ningún otro maestro que les formara en la vida de la Orden» (estas cosas, como el afectuoso retrato al que me referí más arriba nos las transmite en su Relación de los milagros obrados por Santo Domingo en Roma (cf. nn. 6 y 15). Este servicio generoso que Domingo prestó a las primeras comunidades, fue correspondido por las religiosas con plena confianza, sin dejarse disuadir ni desalentar por quienes, para desviarlas de su propósito, desacreditaban al Santo de Caleruega, como ocurrió en la propia Roma.

En la vida dominicana se dio un paso adelante con relación al monacato medieval. El fundador de los Predicadores pedía una «disponibilidad para la itinerancia, y para la solidaridad entre las comunidades», cuando así fuera necesario. A este respecto acudió al Papa para que dirigiera una bula común a las hermanas y a los hermanos. Honorio III se la otorgó en Cività Castellana el 17 de diciembre de 1219 (Fray Vladimir Koudelka OP incluyó este texto en su célebre compilación de bulas referidas a Santo Domingo). Manifestaba en este documento que deseaba plantar árboles fructíferos en el paraíso de la Iglesia y cuidar de los ya plantados. Unos y otros —para seguir con la imagen— quería que crecieran en una nueva fundación en Roma, junto a la basílica dedicada al Papa San Sixto. Para ello mandaba con autoridad apostólica a las hermanas de Prulla que, en caso que fueran juzgadas necesarias por fray Domingo para tal fundación, se manifestaran prontas para acudir al nuevo convento, según él lo mandare, a fin de consagrarse con entrega total al Señor en la Orden.

Cuando dos años más tarde, en la primavera de 1221, Santo Domingo mostró una vez más su convicción de que «el trigo almacenado se corrompe, pero sembrado fructifica», y llamó a la puerta de la comunidad de Prulla, ocho hermanas se pusieron en camino hacia Roma. Una de ellas, Sor Blanca, fue la primera priora de la comunidad romana. Tal como nos lo recuerda fray M. H. Vicaire OP, Santo Domingo deseaba que sus hermanas del sur de Francia «enseñaran la Orden» a sus sorores reunidas en San Sixto. El Papa quería una vida religiosa renovada para la diócesis de Roma y para que, desde allí, irradiara al conjunto de la Iglesia.

Santo Domingo no deseaba otra cosa que colaborar con un amplio proyecto eclesial que estaba llamado a producir importantes frutos, más allá del tiempo y de los límites geográficos conocidos hasta entonces.

En este mismo dinamismo propio de la vida evangélica –después de la muerte de Nuestro Padre- a finales de 1223 o comienzos de 1224, el papa Honorio III envió a Cecilia a Bolonia con otras tres hermanas, para introducir el espíritu de Santo Domingo en el monasterio de Santa Inés, fundado por la beata Diana. Murió allí en el año 1290.

¿No vivimos –transitando por ejemplo la densa neblina del COVID 19 y otras tempestades de la historia- tiempos semejantes que nos exigen una siempre nueva docilidad, pobreza, disponibilidad, itinerancia? Los tiempos difíciles podrían impulsarnos simplemente a esperar o aguantar simplemente que pase el temporal, encendidos solamente por la ansiedad –propia de confiar únicamente en nuestras propias expectativas humanas- ¡hasta que volvamos a la “normalidad”! Quizás prefiramos escondernos, más todavía, en la cómoda, aunque oscura “cueva”, del “estar instalados”, al seguro, masticando tiempos pasados, que juzgamos mejores, aferrados a blasones y oropeles que ya no existen…

Santo Domingo, las Beatas Diana y Cecilia y tantas contemplativas que nos han precedido en el camino evangélico de la entrega total, nos inspiren los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Tal como lo hiciera el Padre de los Predicadores, las monjas de Prulla (asistiendo a sus hermanas de San Sixto en Roma) y éstas con las de Santa Inés en Bolonia, las invito, una vez más: ¡Sigan formándonos en la vida de la Orden! ¡Enséñennos la Orden!… porque todos estamos en esta misma “navecilla”…

Su hermano en Santo Domingo y las Beatas Diana y Cecilia

 

+ Fray Carlos Alfonso Azpiroz Costa OP