PUEDE SER A MODO DE REFLEXIÓN DIARIA DURANTE LOS NUEVE DÍAS DE LA NOVENA.

LOS TEXTOS SON ESCRITOS DEL PAPA BENEDICTO XVI Y DEL PAPA FRANCISCO

 

PRIMER DÍA

MARÍA, LA INMACULADA CONCEPCIÓN

Una de las fiestas más bellas y populares de la Virgen María es la de Inmaculada Concepción. María no sólo no cometió pecado alguno, sino que quedó preservada incluso de esa común herencia del género humano que es la culpa original, a causa de la misión a la que Dios la había destinado desde siempre: ser la Madre del Redentor.

Todo esto queda contenido en la verdad de fe de la Inmaculada Concepción. El fundamento bíblico de este dogma se encuentra en las palabras que el Ángel dirigió a la muchacha de Nazaret: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1, 28). «Llena de gracia», en el original griego «kecharitoméne», es el nombre más bello de María, nombre que le dio el mismo Dios para indicar que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más precioso, Jesús, «el amor encarnado de Dios» (encíclica «Deus caritas est», 12).

Podemos preguntarnos: ¿por qué entre todas las mujeres, Dios ha escogido precisamente a María de Nazaret? La respuesta se esconde en el misterio insondable de la divina voluntad. Sin embargo, hay un motivo que el Evangelio destaca: su humildad. La Virgen misma en el «Magnificat», su cántico de alabanza, dice esto: «Engrandece mi alma al Señor… porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava» (Lucas 1, 46.48). Sí, Dios se sintió prendado por la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos (Cf. Lucas 1, 30). Se convirtió, de este modo, en la Madre de Dios, imagen y modelo de la Iglesia, elegida entre los pueblos para recibir la bendición del Señor y difundirla entre toda la familia humana.

SEGUNDO DÍA                                             

María nos trae la bendición

Esta «bendición» es el mismo Jesucristo. Él es la fuente de la «gracia», de la que María quedó llena desde el primer instante de su existencia. Acogió con fe a Jesús y con amor lo entregó al mundo. Ésta es también nuestra vocación y nuestra misión, la vocación y la misión de la Iglesia: acoger a Cristo en nuestra vida y entregarlo al mundo «para que el mundo se salve por él» (Juan 3, 17).

La fiesta de la Inmaculada ilumina como un faro el período de Adviento, que es un tiempo de vigilante y confiada espera del Salvador. Mientras salimos al encuentro de Dios, que viene, miremos a María que «brilla como signo de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios en camino».

                                                                                   Textos de Benedicto XVI sobre la Virgen María

 

TERCER DÍA

María dijo sí a Dios

No era simplemente responder con un “si” a la invitación del ángel: Ella, mujer en la flor de la juventud, responde con valentía, no obstante, no sabía nada del destino que le esperaba. María en aquel instante se presenta como una de tantas madres de nuestro mundo, valerosa hasta el extremo cuando se trata de acoger en su propio vientre la historia de un nuevo hombre que nace.

Aquel “si” es el primer paso de una larga lista de obediencias –¡larga lista de obediencias! – que acompañaran su itinerario de madre. Así María aparece en los Evangelios como una mujer silenciosa, que muchas veces no comprende todo aquello que sucede a su alrededor, pero que medita cada palabra y cada suceso en su corazón.

CUARTO DÍA

María, mujer que escucha

Hay un fragmento bellísimo de la psicología de María: no es una mujer que se deprime ante las incertidumbres de la vida, especialmente cuando nada parece ir por el camino correcto. No es mucho menos una mujer que protesta con violencia, que injuria contra el destino de la vida que nos revela muchas veces un rostro hostil. Es en cambio una mujer que escucha: no se olviden que hay siempre una gran relación entre la esperanza y la escucha, y María es una mujer que escucha, que acoge la existencia, así como se presenta a nosotros, con sus días felices, pero también con sus tragedias que jamás quisiéramos haber encontrado. Hasta la noche suprema de María, cuando su Hijo es clavado en el madero de la cruz.

Hasta ese día, María había casi desaparecido de la trama de los Evangelios: los escritores sagrados dejan entrever este lento eclipsarse de su presencia, la suya permanece muda ante el misterio de un Hijo que obedece al Padre. Pero María reaparece justamente en el momento crucial: cuando buena parte de los amigos han desaparecido por motivo del miedo.

 

QUINTO DÍA

María, “estaba” y “está” en la historia de la humanidad

Las madres no traicionan, y en aquel instante, a los pies de la cruz, ninguno de nosotros puede decir cual haya sido la pasión más cruel: si aquella de un hombre inocente que muere en el patíbulo de la cruz, o la agonía de una madre que acompaña los últimos instantes de la vida de su hijo. Los Evangelios son lacónicos, y extremadamente discretos. Registran con un simple verbo la presencia de la Madre: ella “estaba” (Jn 19,25).

María “estaba” en la oscuridad más densa, pero “estaba”. No se había ido. María sigue ahí, fielmente presente. está ahí por fidelidad a Dios del cual se ha proclamada sierva desde el primer día de su vocación, pero también a causa de su instinto de madre que simplemente sufre, cada vez que hay un hijo que atraviesa una pasión.

SEXTO DÍA

María, en el alba de la Iglesia

La reencontraremos el primer día de la Iglesia, ella, Madre de esperanza, en medio a aquella comunidad de discípulos tan frágiles: uno había negado, muchos habían huido, todos habían tenido miedo (Cfr. Hech 1,14). Pero ella, simplemente estaba allí, en el más normal de los modos, como si fuera del todo natural: en la primera Iglesia envuelta por la luz de la Resurrección, pero también por las vacilaciones de los primeros pasos que debía cumplir en el mundo.

Por esto todos nosotros la amamos como Madre. No somos huérfanos: tenemos una Madre en el cielo: es la Santa Madre de Dios. Porque nos enseña la virtud de la esperanza, incluso cuando parece que nada tiene sentido: ella siempre confiando en el misterio de Dios, incluso cuando Él parece eclipsarse por culpa del mal del mundo.

En los momentos de dificultad, María, la Madre que Jesús ha regalado a todos nosotros, pueda siempre sostener nuestros pasos, pueda siempre decirnos al corazón: “Levántate. Mira adelante. Mira el horizonte”, porque Ella es Madre de esperanza.

SÉPTIMO DÍA

María y la llamada 

El Papa Francisco animó a los cristianos a responder a la llamada de Dios del mis

mo modo en que respondió la Virgen María durante la Anunciación: “Aquí estoy”.

Para ilustrarlo recurrió al Libro del Génesis, donde se narra el episodio del pecado original, “encontramos un hombre que desde el principio dice ‘no’ a Dios”.

Por el contrario, en el Evangelio de San Lucas “vemos a María que en la anunciación dice ‘sí’ a Dios”. “En ambas lecturas es Dios quien busca al hombre. En el primer caso va junto a Adán, después del pecado, y le pregunta: ‘¿Dónde estás?’, y él re contesta: ‘Me he escondido’”.

En el segundo caso, en cambio, “va junto a María, sin pecado, que responde: ‘He aquí la sierva del Señor’. ‘Aquí estoy’ es lo contrario de ‘me he escondido”, subrayó Francisco. “El ‘aquí estoy’ abre a Dios, mientras que el pecado cierra, aísla, te hace quedarte sólo contigo mismo”. El Papa continuó: “‘Aquí estoy es la palabra clave de la vida. Marca el pasaje de una vida horizontal, centrada en uno mismo y en sus propias necesidades, a una vida vertical, dirigida a Dios”.

“‘Aquí estoy’ es estar disponibles para el Señor, es la cura del egoísmo, el antídoto ante una vida insatisfactoria en la cual siempre falta algo. ‘Aquí estoy’ es el remedio contra el envejecimiento del pecado, es la terapia para permanecer joven por dentro. ‘Aquí estoy’ es creer que Dios cuenta más que mi ‘yo’. Es decidir confiar en el Señor, dóciles a sus sorpresas”.

OCTAVO DÍA

María, y la alegría

Decir a Dios ‘aquí estoy’ es la alegría más grande que podemos ofrecerle. ¿Por qué no comenzar así la jornada? Sería bello decirle cada mañana: ‘Aquí estoy, Señor, para que hoy se cumple en mí tú voluntad’”. No dice ‘hágase según mi’, sino ‘según tú’. No poner límites a Dios. No piensar: ‘me dedico un poco a Él, me doy prisa y luego hago lo que quiero’”.

“No, María no ama al Señor cuando le apetece. Vive fiándose de Dios en todo y para todo. Ese es el secreto de la vida”. En cambio, “el Señor sufre cuando le responden como Adán: ‘tuve miedo y me he escondido’”.

Sufre porque “Dios es Padre, el más tierno de los padres, y desea la confianza de sus hijos. Cuántas veces, en cambio, sospechamos de Él y pensamos que nos mandará pruebas, nos privará de la libertad, nos abandonará”.

“Pero se trata de un gran engaño, es la tentación del principio, la tentación del diablo: insinuar la desconfianza en Dios. María, en cambio, vence esta primera tentación con su ‘aquí estoy’. Y hoy miramos la belleza de la Virgen, que nació y vivió sin pecado, siempre dócil y transparente a Dios”.

NOVENO DÍA

María y su actitud de sabiduría

Sin embargo, eso no quiere decir que para ella la vida fuera fácil. Estar con Dios no resuelve mágicamente los problemas. Lo recuerda el Evangelio cuando dice: ‘El ángel se alejó’”.

“Se alejó, es un verbo fuerte. El ángel dejó a la Virgen sola en una situación difícil. Ella conocía de qué modo particular se iba a convertir en Madre de Dios, pero el ángel no lo había explicado a los demás”.

“Pero María pone la confianza en Dios delante de los problemas. Es abandonada por el ángel, pero cree en Dios. Y se fía. Está convencida de que, con el Señor, también de modo inesperado, todo irá bien”.  “Esa es la actitud sabia: no vivir dependiendo de los problemas”. “Pidamos a la Inmaculada la gracia para vivir así”.

                                                                                                          Textos del Papa Francisco