ERA UN HOMBRE BAJITO

 Pese a su aparente satisfacción y seguridad por saberse acaudalado, en su interior se había instalado el gusanillo de la curiosidad y la insatisfacción. Había oído hablar de un muchacho nazareno hijo de carpintero y su madre una tal María, una vecina más entre las mujeres del pueblo.  Se contaban de él increíbles prodigios y que predicaba una inasumible doctrina.

¿De Nazaret puede salir algo bueno?

¿Y si fuese verdad que es un profeta?

Como rico nada le faltaba, aunque físicamente era poca cosa y socialmente «un pecador» Andaba siempre alejado de la gente para la que resultaba ser «una mala compañía» capaz de contagiar impureza. Por ello crecía su desasosiego.

¿Y si ese Jesús resultase ser un profeta?

¿Era verdad que los pobres se sentían felices al seguirle?

Y Deseaba conocer a Jesús. Quería ver a Jesús.

Escuchó el bullicio de un grupo de gente que se acercaba, por allí iba a pasar el Maestro. Le dio un vuelco el corazón, presentía que algo iba a suceder en su vida. Pero la muchedumbre le tapaba a Jesús, bajo de estatura no alcanzaba a ver y urdió una grotesca estrategia, pensado y hecho se subió a una higuera. Ya nada le impediría conocer a Jesús.

De pronto se estremeció, había escuchado su nombre, un nombre que muy pocos sabían ya que todos lo conocían por la etiqueta que le habían colocado, era un pecador.

 – «Zaqueo baja que hoy quiero hospedarme en tu casa»

Se hizo un incómodo silencio, cundió el estupor y el escándalo. Lo había provocado Jesús.

«Zaqueo muy contento bajó enseguida» al tiempo que se reavivaba el alboroto que ahora se había vuelto crítica y murmuración. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.» 

¿Cómo podía el Maestro relacionarse con un pecador?

Zaqueo estaba etiquetado. Era el pecador y lo seguía siendo en el convencimiento de la gente pese a que estaban siendo testigos de la llamada de Jesús y de la generosa respuesta de Zaqueo. Para ellos no contaba esa conversión. Resulta muy difícil borrar etiquetas y cambiar ideas asentadas y fortificadas en nuestra mente y en nuestros sentimientos. No vemos a las personas como son sino como pensamos que son. Funcionan las etiquetas.

Entretanto Jesús y Zaqueo conversaban.

Zaqueo había recuperado la paz y la alegría, se sentía rehabilitado y eufórico prometía devolver y recompensar lo que hubiese robado.

 «Se puso en pie, y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.» 
Jesús le contestó: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán.
Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»

Zaqueo ha tenido un encuentro personal con Jesús, ha saboreado su acogida y ha sentido que Dios no es un Dios lejano, sino que está cerca, en el propio corazón.

Son muchas las enseñanzas de este pasaje, nos hemos fijado en las actitudes y reacciones de Jesús, de Zaqueo y del pueblo.

Jesús provoca el escándalo por su cercanía a un pecador, quiere volver a decirnos que nosotros miramos la apariencia y Él sondea el corazón. Zaqueo se interesó por Jesús, quiso verle y su vida cambió. El pueblo quedó anquilosado por su rechazo al cambio. No supo ver en Zaqueo más que lo que siempre había visto, un pecador y se escandalizó de Jesús que «come y bebe con los pecadores»

¿Y nosotros? Hemos visto cómo el encuentro con Jesús nos cambia y salva. El tiene la iniciativa, pero como Zaqueo debemos «hacer algo» para predisponerlo.

Por otra parte, debemos evitar las «etiquetas» que descalifican y condicionan nuestra opinión. 

Nosotros también debemos ser como Zaqueo.

 

Sor Áurea