¿QUIERES SER FELIZ?

Seguir a Jesús no es cosa de broma, no es una decisión que pueda tomarse a la ligera. Nos lo advierte el propio Jesús y nos lo advierte de manera que nos impacta y causa extrañeza.  ¿Cómo es posible que nos pida “odiar” a nuestros padres? Sin pretensión de minusvalorar las exigencias del seguimiento, sí que es preciso recordar una vez más que no podemos interpretar literalmente y fuera de contexto, escritos de hace dos mil años y de una lengua, la de Jesús, que no tiene términos para las comparaciones y que hemos de traducir recurriendo a la exageración con vocablos tan agresivos, aunque las últimas traducciones suavizan la expresión. Ya no dicen: “El que no odia a su padres…”, sino “El que no pospone…”

Lo que dice con esos términos tan inadecuados para nuestro contexto y lenguaje es que el seguimiento exige radicalidad. Ser seguidor de Jesús no tiene nada que ver con seguimientos que se adquieren con un simple clic sobre “confirmar” o “añadir a mis amigos”.

La decisión de seguir a Jesús no puede tomarse a la ligera como la de aquel que se pone a construir una casa sin calcular sus recursos  o la  de quien provoca y se enfrenta a un adversario sin medir y calcular las consecuencias, ambos se exponen a la irrisión y  burla de los vecinos.

Palabras y ejemplos sabios que valieron para antaño y siguen vigentes hoy.

No construimos el Reino con medias tintas y mucho menos como dice el refrán popular “poniendo una vela a Dios y otra al diablo”. Comprometerse por el Reino no es un contrato de media jornada ni “hasta que dure la obra” sino «mientras dure la vida». Pero en compensación, la senda evangélica conduce a la paz, a la seguridad, a ese bienestar que todos anhelamos, a la vida buena que preconizaban los antiguos pensadores como sinónimo de felicidad, aunque ese camino no lo es de rosas, transitarlo es enfrentarse y superar obstáculos sin que ni padres ni hermanos, ni esposa ni hijos puedan truncar nuestra decisión. Tal radicalidad nos impedirá la “buena vida”, la vida disoluta, egoísta y libertina, sin embargo y paradójicamente nos hará felices.

Sor Áurea Sanjuán, op