ANTE QUIEN SE VUELVE EL ROSTRO

El hombre yacía en el suelo sobre un charco de sangre, apaleado y moribundo. Unos malvados se habían ensañado con él.

Aparcado en la cuneta. Invisible para transeúntes preocupados por sí mis os, porque sus vestiduras y filacterias se mantuvieran impolutas para oficiar con dignidad en el templo, preocupados por la puntualidad, los servicios religiosos no podían esperar. Invisible para quienes recorrían el camino absorto recordando, memorizando cada párrafo, cada línea, cada tilde de la Ley.

«No hay en él, parecer.
No hay hermosura,
que atraiga las miradas.
no hay en él belleza que agrade».

Un ser humano sufriendo, agonizando, invisible.

Escuchó unos pasos que se acercaban pasos que reconoció como de «gente de bien». Además, canturreaban himnos y musitaban plegarias. Su débil corazón dio un vuelco al fin iba a llegar el socorro pero aquellos pasos se fueron alejando . Se sintió

. . «Despreciado,
desecho de los hombres,
varón de dolores,
conocedor de todos los quebrantos.

ANTE QUIEN SE VUELVE EL ROSTRO»

 

Tuvo miedo al percatarse de que los pasos que ahora se habían detenido pertenecían a un hereje, a un proscrito.  ¿Qué podía sucederle? Del levita y del letrado había esperado compasión y misericordia. ¿Qué podía esperarse de quien era rechazado por los buenos, que no respetaba el templo y que no pertenecía al pueblo escogido?

Pero aquel hereje que no era judío lo estaba cubriendo con la misericordia y la compasión que los «buenos» negaron. Sintió sus heridas aliviadas por el bálsamo de la piedad. Aquel desconocido fue como un padre y un hermano. Aquel extranjero resultó ser el «buen samaritano»

  

Hoy mismo, cada día, los medios de comunicación nos bombardean con  noticias como estas: un niño junto con su padre son devueltos a la playa por las aguas embravecidas que los habían tragado Una familia con niños es desalojada de su vivienda…

Y la Cruz Roja advierte que la pobreza sigue ganando espacio y que la solidaridad se ralentiza, que nos hemos cansado de ella.

¿Somos buenos samaritanos?

Sor Áurea Sanjuán