¿MISTERIO?  VIDA, ESPERANZA Y AMOR

 Al dogma del Dios trino y uno lo calificamos de misterio y con ello lo aparcamos en el rincón de lo incognoscible y lo inefable apelando quizá a la sentencia de un pensador (1) «Acerca de lo que no se puede hablar es mejor callar”. Sin embargo con ello no logramos apaciguar nuestra inquietud. ¿Qué, quién, cómo es nuestro Dios?

Somos seres fragmentados y dispersos por la multitud de cosas que atraen nuestra atención, por la diversidad de estímulos que incitan nuestros sentidos, nuestros sentimientos.

Somos seres inquietos a causa de esa dispersión. San Agustín lo explicitaba: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti». Hasta que descanse en Aquel que unifica nuestro ser.

Somos seres quebradizos. Sabemos que nuestra vida es vulnerable, un momento del tiempo que pasa como la hierba del campo«, por la mañana florece y reverdece; al atardecer se marchita y se seca.» (Salmo 90,6).

Anhelamos, buscamos la verdad pero sólo logramos conocer aspectos de ella y con frecuencia confundimos verdad con seguridad. Solemos reconocer nuestra verdad en aquello que nos tranquiliza y afianza. En nuestro desgarramiento ambicionamos la seguridad que pueda salvarnos.

Dispersos, inquietos, quebradizos, anhelantes,

 

Sentimos la seducción del único amparo posible y la pregunta sobre Dios se resuelve en la cuestión sobre el hombre: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él…?» (Salmo 8,4) 

¿Quién, cómo es Dios? ¿Qué es el ser humano en relación con ese Dios?

La respuesta, el amparo, nos viene de parte de Jesús: « Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora: cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena. » El Espíritu… os irá comunicando…»

 

Nos irá comunicando… entretanto consumimos nuestra vida en la incertidumbre y la perplejidad del no saber.

Otro pensador (2) pretende ayudarnos: «No importa tanto saber sobre Dios como saber lo que debemos hacer”.

Así volvemos al misterio entendido como aquello que no se puede explicar, que no se puede comprender, que no se puede decir y que por tanto, «es mejor callar».

Pero de parte de Jesús nos llega el reproche: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conocéis? Juan 14,9. 

Y a Jesús lo hemos visto: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado y lo que han tocado nuestras manos, tocante al Verbo de vida»  (1 Juan 1,1).

Jesús hecho hombre nos muestra al Padre y nos envía al Espíritu.

En el dogma trinitario no subrayemos el aspecto de misterio.  Jesús nos ha manifestado el rostro del Dios uno y trino. «El que me ha visto, ha visto también al Padre. ¿Cómo, pues, dices tú muéstranos el Padre?» (Jn 14,9).

Del Dios trinitario se puede hablar y se puede sobre todo adorar. Se puede imitar. Profundizando en nuestra propia vida comunitaria imitamos y testimoniamos la de Dios.

Reunidos en oración provocamos la venida del Espíritu (3) y sabemos que Jesús está en medio de nuestra reunión (4). Ayudando, amando al hermano, sabemos, él lo ha dicho, que estamos ayudando y amando al propio Jesús. (5)

La Trinidad rompe nuestras soledades y desamparos, asegura nuestros pasos y clarifica nuestras perplejidades.

Y como cantamos en un himno de la liturgia de hoy:

Cantad y alabad al Señor

Él es fiel y nos llama

Él nos espera y nos ama

Vida, esperanza y amor

 

Sor Áurea Sanjuán, op

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(1) Wittgenstein

(2) Kant

(3) Hechos 2,1 «Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar. 2De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa (4) Mt 18,20 «Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

(5) Mt.25, 35 «Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis…»