NO SABEMOS DONDE LO HAN PUESTO

La injusticia humana cayó con toda su furia sobre Jesús que fue muerto. Lo mataron, y fue sepultado.

María Magdalena inquieta y dolorida no debió pegar ojo aquella noche. Era demasiado fuerte el duelo para poder dormir.

Muy de mañana, al amanecer, cuando aún estaba oscuro, corrió al sepulcro quería ungir con perfumes el cuerpo de Jesús y darle un último  beso. 

Según el evangelio de hoy fue sola sin testigos ni compañía su impaciencia le había impedido esperar a nadie.

Pero al llegar el corazón le dio un vuelco, la losa que cerraba el sepulcro  estaba quitada

 y  corrió de vuelta, ahora sí necesitaba compañía, necesitaba desahogarse y gritar «¡me lo han robado¡» «Se han llevado a mi señor y no sé donde lo han puesto!».

Pedro y Juan al escucharla también se precipitaron y echaron a correr los dos corrían pero Juan más joven corría más deprisa y llegó antes, asomándose, vio las vendas por el suelo, pero quizá un tanto miedoso no entró. Al fin Llegó también Simón Pedro que con su carácter más impulsivo entró sin titubeos al sepulcro, pero el sepulcro ¡ estaba vacío! las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Así es la historia que nos cuenta Juan el muchacho que llegó primero pero que receloso no entró.  Los otros evangelistas cuentan lo mismo aunque con  diferencias y variantes, pero  todas historias con encanto, historias que no pretenden contarnos el detalle de lo sucedido aquel fin de semana sino lo sentido y experimentado, que Jesús está vivo, que su Nazareno ha vuelto a la vida.

Aquellos testigos nos legaron la aseveración fundamental del cristianismo:

¡Cristo ha resucitado!

Dios lo resucitó de entre los muertos pero no para volver a esta vida nuestra  sino a la de Dios. Sus discípulos lo vieron y tuvieron la experiencia de un Jesús vuelto a la vida, no lo vieron ni lo experimentaron quienes lo habían matado.

Fueron ellos, los testigos directos quienes nos transmitieron una fe que ojala nos lleve a sentir, experimentar y ver lo que ellos sintieron, experimentaron y vieron.

Entre miedos, titubeos y desconciertos –no sabían donde lo habían  puesto– comenzaron a vivir una vida nueva y es que la resurrección no afecta solamente a Jesús el nuevo testamento nos dice «Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba» colosenses 3 1

Sor Áurea Sanjuán