¿PUEDE UN CIEGO GUIAR A OTRO CIEGO?

Eso es lo que nos está pasando, ciegos guiando a otros ciegos.

Ciegos guiados por otros ciegos.         

Este es el panorama que se nos pone por delante cuando oteamos el horizonte y cuando buceamos en nuestro interior.

Dentro oscuridad, disipación y quizá confusión contagiosa y contagiada por lo que ocurre fuera.

Fuera de nosotros prolifera el mismo desconcierto. En pocas décadas pasamos individual y socialmente por diversas modas fluctuantes y solapándose entre ellas.

 ¿Nos suena el auge del agnosticismo del que ya poco se habla porque adquirió carta de ciudadanía, con el que ya resulta natural convivir?

¿No hacemos norma de vida, de moral y de costumbres un relativismo indiscriminado por el que todo es igual y todo da igual? 

Ya no reconocemos autoridad y nos dejamos llevar por nuestros propios gustos y preferencias. Haciendo de ellos, de nuestros gustos y apetencias, nuestro único faro y guía.

¿No nos sentimos familiarizados con los sincretismos emergentes? Consciente o inconscientemente tratamos de conciliar posturas, doctrinas y conceptos opuestos entre si y ello por el simple y superficial motivo de lo que se presenta como moda.

¿Es que ya no es posible la búsqueda sincera y objetiva, de la verdad?

Y ¿qué pasa con tantos todavía discípulos, erigiéndose en maestros, pretendiendo enseñarnos caminos de sanación? 

Pasa que somos ciegos y buscamos un poco de luz pero no siempre elegimos el pedagogo adecuado. 

Ya lo advirtió Jesús, “cuidado con los guías ciegos que acabarán arrastrándoos al abismo”. “ No llaméis a nadie maestro, uno solo uno es vuestro Maestro.

Ciegos, guiados por otros ciegos.

Mantenemos la ceguera entretenidos en la periferia. Fuera de nosotros mismos, nos complace señalar la brizna ajena mientras no advertimos la viga que nos ofusca.

Merecemos el reproche del Señor:

«¡Hipócrita!. Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.»

El evangelio de hoy es una clara llamada a la interioridad, a la búsqueda sincera de la verdad, a la purificación interior, a dejarnos guiar por el único Maestro y Señor.

Sólo así daremos frutos buenos.

«El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien,

y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca».

 

Sor Áurea Sanjuán, op