6 de ENERO de 2019:

EPIFANÍA DEL SEÑOR

No sabemos si eran tres, ni si eran reyes. No conocemos sus nombres ni su origen. Tampoco si venían en camellos o tenían pajes.

El Evangelio nos dice que eran unos “magos que venían de Oriente”. Eran sabios buscadores. Investigaban los astros del cielo, escrutaban escrituras y profecías que explicaban sus significados. “Observaban el cosmos considerándolo casi un gran libro lleno de signos y mensajes divinos para el hombre” (J. Ratzinger). Por eso al ver una estrella para ellos nueva, la interpretan según las profecías que indicaban que un Rey nacería para los judíos. Y van a buscarlo, para adorarlo. Dejan todo lo que poseen: tierra, casas, familias, sus instrumentos de estudio, sus rollos de pergaminos. Arriesgan todo por seguir su estrella, la Estrella de Dios. Y se ponen en camino.

Y preguntan. Con humildad, con sencillez: Hemos visto su Estrella en Oriente y venimos a adorarlo, ¿dónde está?

Retoman el camino, y “he aquí que la Estrella iba delante de ellos. Y se detuvo encima del lugar donde estaba el Niño”.

“Y se llenan de una alegría inmensa”: Dios, el Dios de la alegría, el Dios que los convoca, está cerca.

Y entran en la casa. Es Casa de Dios. Es casa que acoge a todos.  Allí está el Rey. Con María, su Madre. Postrándose, le adoraron.

Y ellos que escudriñaban profecías se transforman a su vez en profetas. Sus regalos expresan la realidad del Niño que adoran:

Oro para el Rey.

Incienso para Dios.

Mirra para el Hijo de Hombre.

Y como permanecen a la escucha, abiertos a la novedad de Dios, escuchan la voz del ángel e inician un camino nuevo.

Este es uno de los mensajes de la Epifanía: Dios se manifiesta a quien le busca con humildad. Dios se pone en el camino de quien se arriesga para encontrarlo. Dios comunica su alegría. Y a Dios siempre lo encontramos en brazos de María.

HEMOS VISTO SU ESTRELLA EN EL ORIENTE Y VENIMOS A ADORARLO

También nosotros hemos visto su Estrella. En la oscuridad de la Noche podemos ver su Estrella. Como los magos, como los pastores, como María y José, como Simeón y Ana, podemos ver su Estrella. Ella está ahí. Para que la encontremos, para que la veamos, para que la sigamos.

Los magos la encontraron y la siguieron. Ellos fueron fieles a su Estrella. También María y José, escucharon y obedecieron su Estrella. Todos los pequeños, porque están en la noche, en el silencio, desprendidos de todo, abiertos a la novedad de Dios, pueden ver la Estrella. Y porque no tienen ataduras, seguridades materiales, pueden arriesgar y seguir la Estrella. 

Descubrir la Estrella implica trascender lo cotidiano, mirar a lo alto, preguntarse, cuestionarse.

 Descubrir la Estrella nos lleva a fijar en ella la mirada. Así todo lo demás se hace relativo. Todo tiene el valor que le da la Luz de la Estrella. Porque la Verdad es la Estrella. 

Descubrir la Estrella es ponernos en camino, porque la Estrella es el Camino. Todo adquiere sentido siguiendo la Estrella.

Seguir la Estrella es encontrar la Vida, porque encontramos al Dios de la Vida, al Dios que es Vida y que comunica Vida.

Y la Estrella la encontramos siempre en los brazos de María, como los magos que encontraron al Niño con María, su Madre.

Mira la Estrella. Invoca a María. Y allí encontrarás al Niño que es Camino, Verdad y Vida.

 

Sor Ana María Albarracín OP