Iniciamos un nuevo año y la liturgia lo abre con una bendición. Así, algo que es simplemente cronos (tiempo cronológico) se transforma en un kayrós: Dios irrumpe en nuestra historia y la hace tiempo de salvación. A nosotros nos toca vivir en el tiempo como desarrollo de la historia personal y universal, o abrirnos a la trascendencia, permitir que esta Palabra tan antigua sea actualizada en nuestra vida:

Que el Señor te bendiga y te proteja.

Que el Señor haga brillar su Rostro sobre ti y te muestre su gracia.

Que el Señor te descubra su Rostro y te conceda la paz.

 

María vivió en un constante kayrós. Ella permitió a Dios irrumpir en su vida y transformarla. Ella experimentó la bendición y la protección de Dios. Fue iluminada por el brillo de su Rostro en la oscuridad de la fe. También para Ella la señal fue un niño envuelto en pañales.

 A Ella de modo singular Dios le mostró su gracia y le descubrió su Rostro hecho Niño.

María acogió profundamente en su ser la Presencia santificadora de la gracia de Dios.

Ella, libre de la ofuscación del pecado, pudo conocer la Palabra de Dios, la conservó en su corazón, la meditó día a día. Permitió que esta Palabra tomara posesión de su ser, creciera en Ella y desde Ella, se hiciera historia nuestra.

María está abierta a la Palabra, la que dice el Ángel, la que escucha en la sinagoga, la que comunican Simeón y Ana en el Templo, la que transmiten los pastores. Ella es escucha, receptividad, eco de la Palabra.

A través de Ella recibimos nosotros la Palabra. Aquella palabra que se susurró en su corazón, la dio a luz para todos: en Belén se encuentra al Niño en brazos de su Madre, dulce balbuceo del amor de Dios. Don del Padre y de la Madre para todos. En el Calvario, en el silencio sonoro de la Cruz, se completa la entrega total que hace María de su Hijo, Palabra rumiada, alimentada, parida. Allí, la Palabra, escrita con la sangre de latigazos y espinas, se abre totalmente y muestra, en el Corazón abierto por la lanza, la morada del Padre que en el Hijo se hizo kayrós, salvación por la Palabra, por el Amor.

Sor Ana Mª Albarracín