LUCAS 2,1-14

El ángel les dijo: Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”

 

Esta es la señal, para los pastores y, también, para nosotros: “un niño envuelto en pañales”.

La pequeñez, la debilidad, la insignificancia, son la señal de Dios. Sólo en la humildad podemos encontrarnos con Dios. Él se ha despojado, se ha abajado, se ha hecho pequeño, se ha hecho pobre, ha aceptado ser menospreciado y rechazado. Ese es el camino del Emmanuel. Por eso, para que podamos encontrarlo nos ha quitado soportes, apariencias: nuestras seguridades ya no existen. Somos sospechosos. Somos objeto de desconfianza. Ya no tenemos prestigio. Más aún: nos quieren silenciar, quieren hacernos invisibles.

Pero Dios está de rodillas ante la humanidad pidiéndo que tengamos compasión de su Hijo. Que le abramos la puerta, que lo acojamos, que lo dejemos nacer. Que compartamos con Él nuestro pan porque se muere de hambre, nuestro abrigo porque tiene frío. Le robamos la comida y la transformamos en armas para asesinarlo. Destruimos su tierra, robamos sus bienes, lo echamos de su casa y no le abrimos la nuestra. Construimos barreras y muros, hundimos su patera, le vendemos droga en vez de darle libros. Aniquilamos al Hijo porque es pobre, porque es Down, porque es distinto, porque adora a Dios de otro modo.

Ahora podemos comprender la realidad de los pobres, porque como ellos, no valemos nada ante los poderosos. Nuestros derechos no cuentan, nuestras palabras se menosprecian, nuestras actitudes se tergiversan.

Sin embargo, si callamos porque tenemos miedo a los que nos acallan, hay Uno que nos negará ante su Padre.

Pero, ¡no podemos callar! ¡Ay de mí si no evangelizare! Porque este Niño pequeño nos ha sido confiado. Es el Bien, es la Verdad. Es Don de Dios para todos. Sólo con Él, por Él pueden los hombres ser hermanos, ser prójimos, guardianes mutuos, constructores de bondad y belleza para todos.

Y nuestra palabra ha de ser como la de Él: con autoridad. Desde la verdad creída, hecha vida. Con la convicción que la pobreza es el Lugar de Dios. Pobreza como capacidad para acoger, compartir, amar. A todos: pobres y también los poderosos, los malos, los violentos, los egoístas, porque la Sangre de Cristo se derramó por todos y para todos.