Con verdadera emoción hemos vivido la canonización de dos grandes profetas del siglo XX,  el Papa Pablo VI y el arzobispo Romero. Dos profetas que no tuvieron miedo a la oscuridad y la incertidumbre del camino y que frente a la adversidad supieron dejar una huella profunda de la presencia de Dios, en el surco del dolor que hoy se ha transformado en ese grito continuo que sin ser percibido, nos susurra que la lucha por el bien, por la paz, por la justicia, por la libertad y por la dignidad y por la vida, forman parte de nuestra esencia cristiana.

Así nos lo recordaba Pablo VI: “La vida no pertenece al hombre. Le sobrepasa porque ha sido recibida de Dios. Es sagrada. Ningún hombre puede disponer de ella a su antojo.” 

Dos profetas que tiene un gran mensaje para estas nuevas generaciones, los jóvenes del siglo XXI, que bucean entre la incertidumbre y la soledad, en un mundo que los mantiene como mercancía de negocio. Es muy significativo que estas dos canonizaciones tengan lugar en un ámbito sinodal donde precisamente los jóvenes son los principales protagonistas y que bien les viene (nos viene a todos) este pensamiento de san Pablo VI: “no desprecies el recuerdo del camino recorrido. Ello no retrasa vuestra carrera, sino que la dirige; el que olvida el punto de partida pierde fácilmente la meta.” . Ojala que podamos ofrecer a los jóvenes la certeza del que el camino recorrido es el punto de partida de sus desafíos y metas. La historia siempre es el abrazo del tiempo, el tiempo que fue, el tiempo que es y el tiempo que será, si no hay abrazo, no hay futuro. Ese futuro que san Romero de América rubricó con su sangre.

Qué bien lo reflejó monseñor Pedro Casaldáliga en este poema que escribió hace  38 años, cuando monseñor Romero pagó con su propia vida la lcha por la ibertad y la dignidad de su pueblo   

San Romero de América, Pastor y Mártir Nuestro

El ángel del Señor anunció en la víspera…

El corazón de El Salvador marcaba
24 de marzo y de agonía.
Tú ofrecías el Pan,
el Cuerpo Vivo
-el triturado cuerpo de tu Pueblo;
Su derramada Sangre victoriosa
-¡la sangre campesina de tu Pueblo en masacre
que ha de teñir en vinos de alegría la aurora conjurada!

El ángel del Señor anunció en la víspera,
y el Verbo se hizo muerte, otra vez, en tu muerte;
como se hace muerte, cada día, en la carne desnuda de tu Pueblo.

¡Y se hizo vida nueva
en nuestra vieja Iglesia!

Estamos otra vez en pie de testimonio,
¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!
Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra.
Romero en flor morada de la esperanza incólume de todo el Continente.
Romero de la Pascua latinoamericana.
Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.

Como Jesús, por orden del Imperio.
¡Pobre pastor glorioso,
abandonado
por tus propios hermanos de báculo y de Mesa…!
(Las curias no podían entenderte:
ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).

Tu pobrería sí te acompañaba,
en desespero fiel,
pasto y rebaño, a un tiempo, de tu misión profética.
El Pueblo te hizo santo.
La hora de tu Pueblo te consagró en el kairós.
Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio.

Como un hermano herido por tanta muerte hermana,
tú sabías llorar, solo, en el Huerto.
Sabías tener miedo, como un hombre en combate.
¡Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de campana!

Y supiste beber el doble cáliz del Altar y del Pueblo,
con una sola mano consagrada al servicio.
América Latina ya te ha puesto en su gloria de Bernini
en la espuma-aureola de sus mares,
en el retablo antiguo de los Andes alertos,
en el dosel airado de todas sus florestas,
en la canción de todos sus caminos,
en el calvario nuevo de todas sus prisiones,
de todas sus trincheras,
de todos sus altares…
¡En el ara segura del corazón insomne de sus hijos!

San Romero de América, pastor y mártir nuestro:
¡nadie hará callar tu última homilía!

Pedro Casaldaliga