¿CUESTIÓN DE OLLAS Y VASOS?

 

En la escena de hoy encontramos un nuevo desencuentro de Jesús con los fariseos y letrados. Éstos le piden cuentas por el comportamiento de los suyos.

 « ¿Por qué tus discípulos comen sin lavarse antes las manos? »

Crítica que equivalía a decir: « ¿Por qué consientes que incumplan la Ley? »

(Y es que «los fariseos no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas».)

La limpieza era una exigencia legal. Las motivaciones de higiene no tenían suficiente fuerza por sí mismas y se reforzaban otorgándoles la categoría de mandato religioso.

Pero Jesús va más allá. No se trata de salvar las apariencias. Hay que lavarse por dentro, por eso su respuesta fue una contundente protesta, viene a decir:

“¿Por qué os metéis con ellos? Sois vosotros los que necesitáis lavaros, no las manos pero sí el corazón. Vulneráis lo más importante, no sois compasivos, no os importan las necesidades de los hombres ni los mismos hombres pero eso sí, de vuestras ollas solamente podéis comer vosotros, no se os ocurre que quizá tendríais que compartir, de vuestros vasos sólo bebéis vosotros sin caer en la cuenta de los que a vuestro lado tienen sed, pero que las ollas y los vasos estén bien relucientes ¡lo manda la Ley!

Que las manos estén limpias sí, pero de las malas acciones, listas para acariciar, no para abofetear. Compartir, amar, compadecer, curar, eso es lo que os mando: «Que os améis unos a otros».

 

Jesús no rompe las tradiciones pero sí la obediencia indiscriminada a ellas. 

Las tradiciones son buenas y hay que venerarlas pero no confundir con ellas usos, costumbres y normas que se han ido adhiriendo al hilo de su historia.

La ley de Jesús deja a nuestro alrededor un espacio de libertad que aquéllas tienden a restringir.

No podemos en nombre de lo que «siempre ha sido así» cerrarnos a la novedad que trae Jesús.

No podemos en nombre de la fidelidad repetir un pasado que tuvo su momento, su esplendor y su justificación pero que hoy podría cerrar la posibilidad de nuevas formas de acogida del mensaje de Jesús.

Y no podemos caer en la falacia, que el mismo Señor denuncia como hipocresía, la de un culto bien cuidado pero de apariencia:

«Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí.
El culto que me dan está vacío,
porque la doctrina que enseñan
son preceptos humanos».

No tanto defender nuestra identidad institucional como trabajar para que nuestras comunidades sean auténticos reductos del Reino de Dios.

 

Sor Áurea Sanjuán, op