¿A QUIÉN IREMOS?

A lo largo de nuestra vida atravesamos periodos de crisis. Momentos en los que se nos caen lo que hasta entonces resultaban ser firmes pilares, piedra angular que sostenía el sentido de nuestro proyecto vital. Solos, inestables e inseguros “¿a quién vamos a acudir?”

Algo así debió sentir Pedro ante una situación difícil de asumir:

“Este modo de hablar es duro ¿Quién puede hacerle caso?” “Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y dejaron de estar con él”

Jesús, que había conseguido un discipulado numeroso vio que lejos de provocar fidelidad escandalizaba y se iba quedando solo. «¿Quién se habrá creído que es? ¿Estará en sus cabales?»

Jesús, hombre como era, sintió el desamparo.

“¿también vosotros queréis marcharos?»

El impetuoso Pedro reaccionó con una confesión de fe:

“¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna».

¿Cómo reaccionamos nosotros?

Una reacción posible y demasiado frecuente es la del autoengaño.

Creemos que al fin superamos la etapa infantil y crédula, que ya somos adultos y conseguimos quitar la venda que cubría nuestros ojos. Nos sentimos emancipados y satisfechos.

 ¿Realmente nos sentimos así? Hemos aprendido a criticar, a ponerlo todo patas arriba, a menospreciar lo que nos enseñaron y a quienes siguen con ello. Pero ¿con qué lo hemos suplido?

¿No ha quedado toda la construcción en el aire sostenida por una aparente y fluctuante amalgama que impide toda estabilidad?

Pronto aparece la decepción. Estamos solos y limitados nuestra perspectiva se estrecha, los saberes no dan respuesta, las posesiones nos enredan y acaparan nuestro tiempo y nuestro cuidado, el amor pierde su entusiasmo y la amistad se ralentiza, cada cual tiene sus problemas. Todo lo que admiramos se ha desmoronado, todo se relativiza.

¿Qué nos queda? ¿a quién vamos a ir?   ¿A quién vamos a acudir?

Sólo tú, Señor, tienes palabras de vida eterna.

Sor Áurea Sanjuán