LA FIESTA DE JESÚS

 

Seguimos de fiesta, el domingo pasado nos referíamos al Dios Uno y Trino, hoy nos centramos y nos concentramos en Jesús. Celebramos su presencia entre nosotros.

El día de Corpus Christi nos trae recuerdos infantiles de fiesta. Los gigantes y los cabezudos, el auto sacramental, los balcones engalanados, las calles alfombradas de hierba fresca, las figuras bíblicas precediendo a la procesión, entonces grandiosa manifestación de religiosidad y cultura.

Hoy sólo quedan vestigios de aquella grandiosidad, la sociedad como tal no es religiosa, nosotros mismos no damos importancia a aquellos boatos. Preferimos la interioridad y en las manifestaciones públicas la sencillez.

¿Qué es en realidad el Corpus?

Es la fiesta de la vida.

En la tradición judía y Jesús era judío, hablar del cuerpo y hablar de la sangre era hablar del hombre pleno sin dicotomías. La vida de Jesús es su cuerpo, la vida de Jesús es su sangre.

Vida que se nos da en esa forma tan esencialmente humana como es la comida. Y como tal la comemos.

El lenguaje a veces nos confunde. Hablando en plata tendríamos que decir que nos “tragamos” a Jesús. La idea es de Dolores Aleixandre.  Este simple cambio de términos que en realidad son sinónimos nos aclara y conmueve. Nos aclara el significado del Sacramento y nos conmueve por la exigencia que conlleva. “Tragarse“ a Jesús va más allá que la devota adoración. Es tragarse su doctrina, tragarse su mandato, ese mandato que condiciona nuestra amistad con El: “seréis mis amigos si hacéis lo que os mando… esto os mando, que os améis unos a otros”. Es tragarnos que ese o esa a quien “no trago” es el mismo Jesús.

Es tragarnos que no sólo hay que arrodillarse para adorar sino que como Jesús hay que hacerlo para lavar los pies a los hermanos.

Es la lección que hemos de aprender. Servir al hermano está intrínsecamente unido al Sacramento. «Lo que yo he hecho con vosotros debéis hacerlo unos a otros».

Comulgamos a Jesús y que en las horas de adoración que este día dedicamos al Sacramento, nos quede un resquicio para considerar si también como Jesús me arrodillo ante el hermano. Es la adoración y la alabanza que nos reclama el mismo Jesús.

                                                                                                                Sor Áurea Sanjuán, op