La descripción de la Ascensión del Señor nos muestra una escena encantadora a la vez que conmovedora para los creyentes, mientras que para los no creyentes puede no tener más que un cierto valor literario. ¿Se elevó Jesús sobre una nube? Eso hoy es difícil de creer y es que todo este misterio Pascual se inscribe en el ámbito de la Fe y todo lo que nos han ido narrando no es para que lo transmitamos tal como nos lo han contado, sino tal como lo hemos vivido.

Los primeros cristianos nos quisieron contagiar su experiencia y lo hicieron de la manera más gráfica posible y con el lenguaje y las imágenes que más podían impactar y conmover en su tiempo. Jesús, el hombre que pasó haciendo el bien, el Maestro, no pudo acabar con una muerte ignominiosa, sino que su salida de este mundo tuvo que ser triunfal.

Cuando se nos pide «ir al mundo entero y predicar el Evangelio» lo que Jesús exige no es contar escenas fascinantes sino contagiar nuestra experiencia y con ella nuestra alegría de haberla vivido.

Un detalle que resalta S. León Magno y que recoge en uno de sus escritos Benedicto XVI es que «cuando debieron estar turbados y tristes por la despedida, regresaron alegres» La alegría inundaba su corazón mientras lo veían marchar.   

¿Qué les había pasado? ¡Habían vivido con Jesús! y ahora Jesús seguía vivo en ellos. Su alegría había llegado a su plenitud y su amor también.

Ahora comenzaba su tarea, la de continuar trabajando por el Reino. Esa es también la nuestra.

Y el Reino se extiende por contagio, no por contar lo que nos han contado sino por transmitir la experiencia, el gozo y la alegría de vivir en Él y con Él.

En este tiempo Pascual cantamos: “el gozo es mi testigo la paz mi presencia viva”

 

Recordemos «un santo triste, es un triste santo»