OYEN SU VOZ

El fragmento que hoy nos presenta la liturgia puede resultarnos encantador  a quienes estamos familiarizados con el lenguaje evangélico  y extraño para muchos otros.

Jesús  hablaba  a sus contemporáneos de manera sencilla y clara utilizando figuras cotidianas  y familiares  a quienes le  escuchaban. En cambio la escena de un pastor seguido por un rebaño de ovejas es una  imagen  que nada tiene que ver en nuestro entorno cultural y social.    Solamente a los muy mayores, es decir los ya viejos, y si nos retrotraemos a la infancia, puede resultarnos conocida la escena de hoy. Querer imitar a Jesús en su estilo pedagógico nos llevaría a traducir su mensaje en  no sé qué imágenes pero desde luego no tendrían nada que ver con ese ambiente campero y pastoril y sí lo tendría con los artefactos electrónicos  que manejamos.

Leer este evangelio sin una adecuada catequesis podría llevar a una inversión de sus valores, a una comprensión equívoca a la vez que dañina del texto.

¿Qué se entiende hoy con la imagen de un rebaño de ovejas como ejemplo de sociedad y de  conducta? Algo que nos repugna, y de lo cual huimos. Algo como servilismo y sumisión y de la imagen de un pastor que conduce así  a las ovejas traduciríamos  la lección de un mal maestro que cultiva en sus alumnos el conformismo y la falta de personalidad.

Sin embargo este fragmento es, como todos, rico en sugerencias para la reflexión y la oración.

Prescindiendo de las imágenes concretas o mejor, del anacronismo que resultaría al   interpretarlas con los parámetros actuales, penetremos en su profundo mensaje que podríamos sintetizar con la cuestión  

¿Cómo es nuestra relación con Jesús?

Jesús  el buen pastor, en contraposición al pastor asalariado al que sólo importa su salario y jamás arriesgaría nada por las ovejas que se le han encomendado. El buen pastor en cambio da su vida por ellas. Cuida de cada una y a cada una  la llama por su nombre. Las ovejas a su vez lo conocen a él y le siguen, nunca seguirían a extraños.

Es decir, JESÚS Junto con el Padre nos cuida, nos mima hasta el punto de que tiene contados los cabellos de nuestra cabeza.

Nos conoce, acostumbrados a ser identificados por números y contraseñas, el nos llama por nuestro nombre propio.

 En reciprocidad como las  ovejas de la parábola también nosotros debemos conocerle  y  conocerlo por la voz ,  la  otra característica que es tan personal como las huellas dactilares. 

Reconocer por la voz implica una fuerte familiaridad, implica haberla escuchado, estar escuchándola atentos a sus palabras.

 “ Escuchan su voz y le siguen “.  Le siguen a él y no a los extraños. Tenemos el peligro de confundir su voz con la de otros que tal vez nos predican en su nombre pero que algo, precisamente por  la intimidad con Jesús, nos va diciendo que son mensajes que utilizando términos  evangélicos  resultan  espúreos, alejados incluso contrapuestos al espíritu evangélico. Como la de aquel dirigente religioso que reivindicaba para si el tratamiento de maestro y señor justificándolo con el evangélico  “ me llamáis maestro y señor y decís bien pues lo soy” esta afirmación  sólo y exclusivamente aplicable a Jesús, se la  apropiaba obviando el que siendo Maestro y Señor  lavaba, como esclavo,  los pies a sus discípulos.

Permanecer con Jesús, atentos a su palabras a su mensaje y a su cariño, nos cualifica para distinguir los mensajes extraños y equívocos o falsos..

La oración, el contacto asiduo con su Palabra el antídoto más eficaz.

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