2_domingo de cuaresma

LOS AMIGOS DE JESÚS

Jesús tuvo amigos. Pedro, Santiago y Juan fueron los privilegiados, diríamos que sus confidentes. Es lo que nos dice la escena de hoy que nos los presenta como testigos de algo que Jesús guardaba celosamente. «No lo contéis a nadie». Pero al fin, todos o muchos, nos enteramos: Jesús es el hijo amado del Padre Dios.

Pedro, Santiago y Juan se sintieron a gusto en ese ambiente de intimidad y confianza divinas.

«Qué bien se está aquí.»¡Hagamos tres tiendas…!»

En nuestros ratos de oración podemos tener la misma tentación, la de quedarnos a solas con el Señor disfrutando de nuestra peculiar experiencia de Dios. «¡Qué bien se está aquí!» Pero el seguimiento no es así, no debe ser así. El contacto con Dios no puede hacernos olvidar que este Dios, el auténtico, el Dios al que adoramos se nos muestra, se nos hace visible y palpable en el hermano, en cada uno de aquellos que piden un poco de agua, un abrigo, una compañía, en cada uno de aquellos que necesitan de nuestra atención y cuidado.

«Lo que hiciste a uno de estos a mí me lo hiciste»

«Lo que negaste a uno de ellos a mí me lo negaste»

Acción y omisión son dos caras de una misma moneda, aquella que nos acredita, o no, como discípulos de Jesús.

La experiencia del Tabor, estar a gusto en la oración solitaria o comunitaria es necesaria pero no suficiente. A la exclamación de Pedro: «¡qué bueno estar aquí, quedémonos, hagamos tres tiendas…!» sucedió que los cielos se abrieron y una voz desde la nube los sacó de su ensimismamiento:

«Este es mi hijo, el amado, mi predilecto ¡escuchadlo!»

el estruendo y la contundencia de la voz los hizo rodar por tierra llenos de espanto:

Pero Jesús anima y consuela, se acerca, los toca: «¡No tengáis miedo!» No tengáis miedo pero bajemos. Mi rostro ya no resplandece, Moisés y Elías ya no están aquí. El Padre Dios se ha callado. Solamente yo estoy con vosotros. Yo soy el rostro y la voz del Dios escondido, del Dios que guarda silencio. A mí me tenéis que escuchar y mi Palabra la encontraréis en la Escritura y mi rostro en el rugoso y seco del anciano, en el endurecido por las vicisitudes de una vida de pobreza, en el desalentado y dolorido del enfermo. «Yo estaré siempre con vosotros»

Nosotros, los seguidores de Jesús, los que queremos ser sus amigos necesitamos ratos de solaz saboreando su presencia y compañía. Necesitamos tiempos de oración que aviven el deseo de estar con Él para también con Él bajar a la realidad cotidiana, a las dificultades que ofrece un mundo de violencia y desigualdad pero que a la par pide fraternidad. Una fraternidad que los amigos de Jesús debemos vivir entre nosotros y ofrecer a todos.