Todos sabemos que la liturgia actualiza sacramentalmente para nosotros los misterios de la fe que celebramos, por lo tanto, podemos decir que “hoy” el Espíritu Santo fecunda misteriosamente a María y hace que en ella comience una nueva creación, la de la humanidad santísima de Cristo nuestro Redentor; “hoy” María pronuncia su “hágase en mí según tu palabra”. Y “hoy” el Verbo de Dios, sin dejar la Trinidad, sale hacia nosotros y se encarna en las entrañas de María, pronunciando su “aquí estoy para hacer tu voluntad”. El lenguaje intratrinitario de donación total de cada una de las Personas para que el otro sea, se prolonga en la historia en la acogida de María al plan salvador del Padre.

Para ahondar en este misterio, podríamos apropiarnos de las palabras que resuenan en el evangelio de San Lucas: “alégrate”, “el Señor está contigo”, “nada es imposible para Dios”. ¿Por qué alegrarnos? Porque el Verbo se hizo hombre y está con nosotros, porque nada es imposible para Dios.

Tal vez, si tenemos problemas, y estamos cargando con sufrimientos pesados; si tenemos límites que no podemos vencer, podemos preguntarnos cómo estar alegres en estas situaciones ¿Qué me aporta que el Verbo se haya hecho carne, y, si para Dios todo es posible, por qué no cambian mis circunstancias cuando se lo pido? Quizá sea porque Dios quiere enseñarnos el lenguaje que aprendió María, el de la total donación para que otro sea, el lenguaje de Dios. Curiosamente, muchas veces, Dios no cambia lo que pasa, pero, por los acontecimientos nos transforma a nosotros.

 La Eucaristía que podemos recibir diariamente es, en cierta forma, una encarnación para el que comulga; es desde ahí donde el Espíritu de Cristo nos va transformando en criaturas nuevas que, por la fe, son capaces de dejar que Jesús prolongue sus propios misterios en sus vidas. Esto no es solo para los grandes místicos, es para todo bautizado. En lo cotidiano es donde Cristo se encarna; donde la fuerza de los sacramentos y la Palabra van convirtiendo nuestra mentalidad mezquina en la mente de Cristo.

María, al dejar que el Verbo se haga hombre en sus entrañas, experimentó que la nueva presencia que la inhabitaba daba sentido a toda su vida. Lejos de no tener problemas, empezó a tenerlos; sin embargo, esa Presencia era la fuente de su alegría y de su servicio. A partir de la encarnación la Persona de su Hijo polarizó su vida, le hizo conocer su lugar en el plan de Dios, la asoció a su propia misión de redención.  Lo que le pasó a María es modélico para todos los discípulos de su Hijo. Cuando aceptamos que él vaya encarnándose en nuestro pensamiento, en nuestras opciones y reacciones todo cobra sentido: los problemas, los sufrimientos, los límites, los gozos y las pequeñas alegrías son como la ocasión o puerta de entrada a los misterios que Cristo vivió y a los que quiere unirnos. No es imitar a Cristo como a un modelo externo a nosotros, sino de dejarle a él prolongar su vida en las nuestras.

Es la fe la que nos permite acceder a la fuerza redentora del misterio; y, si dejamos que la virtud del misterio nos vivifique podremos llegar a decir con Pablo “es Cristo quien vive en mí…”, ¡esta es la mejor manera de renovar la humanidad!

Sor María Luisa Navarro op