Unos cuantos siglos antes de Jesucristo (1750 a.C.), en un alarde de contención y de equidad se dictó la Ley del Talión y que conocemos como la del ”ojo por ojo y diente por diente”, es decir, que si alguien te saca un ojo, tú te has de limitar en tu venganza, sacándole un ojo, pero nada más. Si te corta una mano, tú le cortarás una mano, pero nada más. Este código atribuido a Hammurabi funcionó durante siglos hasta que vino Jesús.
Con Jesús no cabe la venganza. Frases como “ya me las pagarás”, “lo tiene bien merecido” y actitudes como la de “no nos hablamos”, no son cristianas. Si sigo a Jesús, he de contraponer al deseo de revancha y al sentimiento de rencor, el perdón, la misericordia y la generosidad.

“No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en una mejilla preséntale la otra”

¿Alguien puede hacer esto? Este consejo del Sermón de la Montaña a los cristianos nos acobarda, incapaces de cumplirlo y ha dado pie a que otros nos tachen de tontos y de ridículos pacifistas. Ni unos ni otros hemos entendido. Jesús mismo pidió explicaciones al soldado que le abofeteó. “Si he hablado mal, di en qué, si he hablado bien ¿por qué me pegas?»

No se trata de aguantar la injusticia. Se trata de vencer al mal con el bien. Es aquello de odiar el pecado y amar al pecador. Si cometen una injusticia contra mí o contra otro no puedo consentir que la injusticia triunfe y se multiplique. Frenaré lo injusto, pero no heriré a quien lo provoca. La justicia liga bien con la misericordia. Otra cosa es cuando “nos tomamos la justicia por nuestra mano”, cuando resulta dudoso que lo que tacho de injusto, lo sea realmente, o si considero así aquello que me molesta.

Jesús nos pide amplitud de miras y generosidad. El que comete injusticia se daña a sí mismo. A mi me podrá arrebatar algo de lo que me pertenece, pero yo quedaré indemne, en cambio él quedará maltrecho ante sí mismo y ante la opinión de los demás. Ser enemigo es alimentar sentimientos de venganza, de reproche, de rencor, que no consiguen más que amargar el propio corazón. En realidad, es enemigo contra si mismo. El cristiano no puede albergar esos sentimientos. Su corazón ha de estar ocupado y blindado por el amor y la bondad, formando un muro contra el que ha de chocar y rebotar la maledicencia de quien se empecina en ser enemigo. Me será fácil amarlo en la versión de no desearle mal y hacerle el bien si se tercia la ocasión y desde luego rezar por él.

El que dice ser mi enemigo por mi parte no lo es y sólo merece algo que le puede molestar, mi compasión.

“Habéis oído que se dijo: aborrecerás a tu enemigo, PERO YO OS DIGO: AMADLE.

El listón está bien alto. Hemos de ser perfectos al igual que lo es el Padre Dios. Nuestra justicia ha de imitar la suya, que hace salir el sol para buenos y malos y manda la lluvia sobre buenos y malos.
Esto es lo que ha de distinguir a unos de otros, porque si amamos sólo a los que nos aman, eso ya lo hacen todos.
El cristiano ha de marcar la diferencia. Con Jesús no cabe la venganza.

Sor Áurea Sanjuán, op