Los amigos de Jesús están fascinados, algo hay en Él que lo distingue  de todos  los demás. Lo han visto rezar a su padre Dios y han quedado conmovidos, nada que ver con los rutinarios y ostentosos rezos de sus maestros religiosos, han percibido algo de sus sentimientos  y han quedado seducidos. Lo han visto relacionarse con pobres y ricos, con sanos y enfermos, con justos y pecadores, no salen de su asombro, en su círculo caben todos, no tiene acepción de personas, se complace con los buenos y descubre lo bueno que hay en cada hombre “malo”. Han escuchado sus palabras, han contemplado su vivir y   han quedado seducidos.

¿No podrían ellos ser un poco como Jesús?

Tan despistados siempre, esta vez han encontrado el quid  de la cuestión, algo tiene su maestro que  a ellos les falta y del profundo de su ser brota una oración:

“¡Señor, auméntanos la fe!”

En la Fe no hay cantidad ni volumen. La Fe tiene que ver con el ser y las raíces, con el convencimiento y la confianza. ”Sé de quién me he fiado”, nos dice San Pablo.

No tengo más o menos fe, simplemente me fío o no me fío. Vivo enraizado en Jesús o vivo como hoja que sin raíces es arrastrada por el viento.

La fe no es algo que nos viene de fuera sino que nos crece desde dentro. Es un don de Dios y es Dios quien la ha depositado como una semilla en el fondo de nuestro corazón y es Dios quien la hace germinar y crecer, pero Jesús aprovecha la pregunta para matizar y aclarar.

No contesta directamente,  pero sí pone los puntos sobre las “íes”.

Comienza enfatizando su valor. La fe es tan poderosa que si poseyeras una mínima porción de ella, tendríamos  fuerza y energía para trasladar montes al mar.

Interpretar la metáfora  como realidad objetiva, es decir, al pie de la letra, nos desorienta y aleja del auténtico mensaje.

La Fe no tiene el poder de mover montañas, pero sí el de remover actitudes, sentimientos y  situaciones.

La Fe es un don que cualifica a toda la persona. No lo puedo adquirir, ni fabricar, ni es fruto de mis obras, pero sí se manifiesta en ellas y tengo el deber de cultivar y cuidar, sabiendo que al hacerlo no será mérito propio, al igual que el criado de la parábola “hace lo que tiene que hacer”.

Con nuestra fe, con ese don que se nos regala, no moveremos montañas, pero sí nuestra vida y nuestro vivir darán un vuelco.

¡Señor, auméntanos la Fe!

                                                                              Sor Áurea Sanjuán, op