La pregunta se sitúa en el plano de la erudición, lejos de lo práctico y lejos del corazón. Algo así como aquellos medievales que discutían acerca del sexo de los ángeles o de algunos modernos litúrgicos que confunden ritual y estética con lo esencial de la liturgia.

Jesús parece seguir el juego, pero va conduciendo magistralmente hacia esa profundidad de la que necesariamente brota la única pregunta que importa: “¿Quién es mi prójimo?” Para responderla no hacen falta estudios universitarios ni ser ungido y consagrado para el servicio del templo. Todos estos, preocupados y apremiados por su importantísimo quehacer, pasaron de largo.  No podían ni entretenerse ni mancharse cuando ya se habían purificado para la oración.

Sin embargo, bien sabe la respuesta aquel ignorante y hereje samaritano, pero de ojos y corazón limpio. Unos ojos que no escudriñan culpabilidades y un corazón que rezuma empatía, aunque tal vez aquel que yace en la cuneta puede haber sido un imprudente o un provocador. Ni culpa ni virtud definen al prójimo. Mi prójimo es aquel ser que me necesita. Porque le falta el amor que yo puedo darle, le falta la ayuda y el cobijo que quizá dependan de mí.

La historia es bonita y expresiva y su enseñanza, pese a los dos mil años que nos separan de ella es de máxima actualidad. Son muchos los seres humanos arrinconados al borde del camino que perciben los pasos acelerados que se acercan al tiempo que se alejan, pasan de largo. El dolor ajeno les ha rozado pero la prisa por irse a otro lado, no han dejado sitio a la compasión. Hoy son muchos los buenos samaritanos. Gente solidaria que se entretiene ungiendo y vendando heridas, no tiene prisa quizá porque no la esperan en ningún templo, y gente que se asoma y contempla en el rostro del malherido el rostro de su Señor, el rostro de Jesús. Y hay gente, demasiada, que se le revuelven las entrañas y se mueven a compasión, pero sentimientos que se apagan inmediatamente por el apremio del quehacer o porque una nueva noticia viene a oscurecer la anterior.

El mundo está necesitado de buenos samaritanos, personas que se compadecen y ayudan al hermano, que dan de lo suyo y de su propio ser porque sienten como propia la carne apartada en el arcén.

Y surge la pregunta de Jesús:

– ¿Cuál Crees que es el prójimo de aquel que cayó en manos de los malhechores?”

– “Aquel que fue misericordioso con él”

– “Pues anda y haz tú lo mismo”

Así termina la historia con este mandato del Señor     

     Sor Áurea Sanjuán, op