Nos dijeron que eres el Ser Supremo, que nada mayor que tú puede pensarse y que eso es una prueba contundente de tu existencia porque el existir está incluido en lo mayor que pueda imaginarse y San Anselmo se quedó tan satisfecho.

Nos dijeron que eres Uno y Trino a la vez. Nos hablaron para explicarlo de términos que no tienen el significado que nosotros les damos, “persona”,  “procesiones”,   “consustancial” y otras cosas que no entendemos aunque el examen nos lo marcaran con un diez.

Nos dijeron que eres todopoderoso, que “todo lo que quieres lo haces en el cielo y en la tierra”

Y nos preguntamos ¿por qué, pues, consientes tanto dolor?  Y se armó la discusión y se dijo que o eres un Dios malo o eres un Dios débil. Otros añadieron que no eres único, que está el Dios del bien y el Dios del mal.

Nos dijeron que habitas allá arriba en lo más alto, que te asiste una corte de ángeles, arcángeles y querubines con su constante canto de alabanza.

Y entre nosotros surgieron hermosas oraciones como la de Sor Isabel de la Trinidad:

“¡Oh, ¡Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme enteramente de mí para establecerme en Ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, ¡oh mi Inmutable!, sino que cada minuto me sumerja más en la hondura de tu Misterio…”

“… ¡Oh, mis Tres, ¡mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo!, yo me entrego a Ti como una presa. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos, ¡mientras espero ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas!”.

Pero vino Jesús tu hijo el que es uno contigo y nos dijo que esto es bello, pero no suficiente. Nos enseñó una manera mejor de rezarte:

“Padre nuestro que estás en el cielo…”

Nos dijo que no eres un Ser extraño, escondido y lejano. Ni habitas en lugar inaccesible, que eres su Padre y nuestro Padre que te gozas cuando ves que nos sentimos hijos tuyos y hermanos entre nosotros. Que eres tan sencillo que para hablar de ti basta con hablar de las flores y los pájaros del campo. Que nos cuidas como una madre y quieres cobijarnos al igual que la gallina a sus polluelos, que lloras cuando escapamos de tu regazo. Él Nos dijo, en fin, que tienes corazón.

                                                           Sor Áurea